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Antropología del instante feliz

Augé nos propone en Las pequeñas alegrías una aproximación a manera de catálogo a la percepción de la felicidad no como gran entelequia sino como ese acompañamiento a tantas situaciones

Marc Augé.

Tengo en las manos la segunda edición ya -la primera fue este último febrero- del libro que no hace un año se publicara en su versión original en francés. La prontitud de la traducción, en este caso debida a Claudia Casanova, me ha puesto en las manos ese pequeño milagro de la reflexión sobre la cotidianeidad que, casi año tras año, nos propone Marc Augé como una forma de enfrentarnos frente a lo inmediato.

Ahora sé que Marc Augé es mi antropólogo de cabecera, ese que me hace ver las pequeñas cosas de la cotidianeidad. Porque un antropólogo busca la lógica de aquello que investiga, y para Augé sus temas no son la vida de los nuer, ni de los trobriandeses, sino la más cercana a nosotros mismos: nuestra posición en el mundo, la posibilidad de felicidad o de percibir aquellas pequeñas alegrías que nos presta la cotidianeidad y que no solemos distinguir; es el caso del librito que nos ocupa. Pero también nuestra vida en comunidad, como en el elogio del bistrot, o las formas de movernos, desde la bici al metro, o nuestra manera de hacer turismo, o los temores que nos acucian€ y que viene destilando en breves aproximaciones con periodicidad bien recibida: sus libros son como acotaciones al margen sobre los tiempos que vivimos.

Augé nos propone en Las pequeñas alegrías una aproximación a manera de catálogo a la percepción de la felicidad no como gran entelequia sino como ese acompañamiento a tantas situaciones: mucho más en forma de nostalgia, es decir en la mirada hacia el pasado, que es donde resulta más fácil, tanto en la literatura como en los recuerdos de la vida propia, captar esas situaciones en que la felicidad se nos ha aparecido en forma de pequeñas alegrías.

Parte Augé, aunque lo desvela en el último capítulo y lo desarrolla en el epílogo, de la "conciencia de lo inevitable" que una vez asumida, nos permite vivir -y disfrutar, claro- el presente. Su planteamiento es el de una vida largamente vivida, en que "una de las alegrías de la edad consiste en difuminar ese temor y en permitirnos así apreciar los placeres de la vida". Las pequeñas alegrías, dirá Augé, son aquellos momentos de percepción total en que uno "toma conciencia efectiva de todo el género humano como tal", y por tanto las despliega y halla en las canciones que antes de la invasión mediática rompían el silencio de la vida, en los reencuentros con las personas, con los paisajes, con esos instantes fugaces que, si somos capaces de captarlos, nos llenan de felicidad.

Augé habla de la prueba de la irreversibilidad del tiempo, pero también de cómo almacenamos experiencias de pequeñas alegrías cuanto más hemos vivido, o de cómo plantearnos que eso puede ser así. Alegrías pese a todo, dice en algún momento de su obra, una propuesta de lectura en forma de reflexión festiva de un antropólogo que sabe ser serio (digamos académico) y también sabe acercarnos a una propuesta para entender el mundo desde nuestro contexto más cercano.

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