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Cine

Ojos que ven demasiado

La agitada vida y carrera profesional de Marie Colvin resume el complejo entorno externo y contradicciones internas que sufren los corresponsales en conflictos bélicos. Complejidad difícil de atrapar por el cine, incluso documental, a pesar de interesantes esfuerzos

Mel Gibson y Linda Hunt en 'El año que vivimos peligrosamente'.

El cuasi género de películas o documentales sobre reporteros (occidentales) de guerra ofrece dos atractivos indudables para el público amplio: a) la acción, el conflicto que siempre ofrecen las guerras, sacando lo mejor y peor del ser humano. b) La (pre)supuesta bondad de sus protagonistas, que se limitan a dar fe de las luchas y horrores que presencian para que los gobernantes actúen y busquen su solución.

La realidad sin embargo es más tozuda y contradictoria, y las películas que citaré a continuación no escapan a muchas minas ocultas: 1) El variado, atribulado pasado y presente de esos conflictos que cubren esos reporteros. 2) La mochila previa que acarrean los periodistas. Pocas veces son capaces de distanciarse, aparcar prejuicios o incultura. Escasas veces les ayudan los lugareños, realimentando la desconfianza o subjetividad de los primeros. 3) La facilidad de los líderes de las facciones para manipularlos. Cuando no lo consiguen los apartan por las bravas (romper ese veto costó la vida a Colvin). 4) La adrenalina, la adicción al riesgo, que acaba destrozando mentalmente a los reporteros con PTSD -trauma bélico- o patologías similares (Colvin de nuevo). 5) Egos subidos. A diferencia de galenos tipo Médicos sin frontera, los reporteros se suelen sentir más responsables, cuasi actores del conflicto, no sólo amanuenses.

Sobre Marie Colvin hay dos películas y un documental muy recientes:

La corresponsal (Matthew Heinman, 2019). Estrenado en España, la película esquiva algunos estereotipos y pica en otros. Muestra con mucha efectividad el valor, la determinación de Colvin al cubrir muchos conflictos sucesivos y el precio que pagó por ello, la soledad, el alcoholismo, la adicción al riesgo, su apoyo explícito a las víctimas colaterales, los civiles, de esos conflictos. En cambio orilla, no pasa ni siquiera de puntillas, por el maniqueísmo prooccidental que transpiraban sus crónicas.

Les filles du soleil (Eva Hussein, 2018, estreno incierto en España). Recreación de una historia real, un batallón de mujeres kurdas secuestradas, violadas, fugadas y armadas que reconquistan la localidad en la que se criaron con el apoyo de una reportera calcada a Colvin. Tras su paso por festivales, se ha subrayado que el filme superpone el melodrama, las desgracias de esas mujeres, sin profundizar apena en el contexto (el machismo patriarcal imperante desde hace milenios en esa zona) y flojea en diálogos planos y música chirriante.

Misión mortal (Chris Martin, 2018, pendiente de estreno en cine u operadores audiovisuales). Documental con algunas recreaciones actuadas que narra los últimos días de la reportera. Remarca la osadía de Colvin y los fotógrafos Remi Ochlik y Paul Conroy al colarse en Homs sin autorización, el bombardeo del edificio en el que se alojaban, la muerte de Colvin y Ochlik y la huida desesperada de Conroy. Sin intentar tampoco reflexionar (requeriría una serie de varios capítulos) sobre los orígenes de esa guerra, este bio-doc es emotivo, enérgico, lleno de suspense y ejemplar en la denuncia de la crueldad extrema mostrada por el gobierno sirio en el conflicto que ha arrasado ese país.

Apartándonos de Colvin, repaso tres destacados ejemplos similares de décadas anteriores:

El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1978). Un pipiolo reportero australiano (joven y apuesto Mel Gibson) cubre el agitado cambio de régimen indonesio, del dictador Sukarno al ídem Suharto. Refleja bien la incomodidad de los periodistas, su mezcla de arrogancia e inseguridad en territorio forastero. No esquiva el filme del todo el ombliguismo occidental, y añade trama amorosa muy peliculera. Grandísima, premiada actuación de Linda Hunt como fotógrafo local.

Bajo el fuego (Roger Spottiswode, 1983). Ambientada en El Salvador, da el pego en su primer visionado, aunque se aprecian enseguida su espinazo populachero, Nick Nolte disparando su Nikon sin parar y sin pensar, o el triángulo amoroso. La salva el personaje del sarcástico mercenario (Ed Harris), tuerto (en sentido figurado) en un reino de miopes agudos.

Salvador (Oliver Stone, 1986). Otra vez, El Salvador y otro par de reporteros churruscados (James Woods y Jim Belushi). Oliver Stone, de marcada ideología izquierdista, refleja bastante muy bien la intromisión de potencias extranjeras en conflictos periféricos y la impotencia de los reporteros. Le sobra algo de verborrea mitinera.

Recapitulo. Excepto los documentales financiados con fondos públicos (la serie La Guerra de Vietnam, Ken Burns y Lynn Novick, 2017 y disponible en Netflix es un ejemplo soberbio) el resto de filmes sobre reporteros, mirando de reojo a las audiencias y recaudaciones, simplifican los conflictos y amplifican las tramas amorosas. Las tres películas sobre Marie Colvin ofrecen en conjunto una visión cercana a la vida y aventuras de la reportera, sin acabar de profundizar todo lo deseable.

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