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¿Qué es cultura?

A Cicerón le atribuimos la paternidad del término "Cultura"

En líneas generales, varias generaciones aprendimos que cultura es todo aquello que le es propio al ser humano, precisamente, porque entendemos que manifiesta y expresa nuestra condición e inteligencia superior. En contraposición, creíamos que

todo aquello que nos es innato, que nos es propio por naturaleza, lo debíamos a la genética, a nuestra herencia biológica sobre la que no podíamos

incidir.

Hace ya algunos años el periodista científico Jason G. Goldman, que ha escrito mucho sobre el comportamiento humano y animal, afirmaba en el periódico digital de la BBC que: "Si logramos determinar cómo la cultura afecta nuestra composición genética, entonces podremos entender mejor cómo la forma en que hoy actuamos como sociedad influye en nuestro futuro".

Medio siglo de avances en genética, biología evolucionaria, psicología cognitiva o antropología evolutiva del desarrollo siguen sin determinar qué es innato y qué aprendido en los seres humanos. Incluso el origen del lenguaje es una cuestión controvertida. El científico cognitivo y lingüista Steven Pinker, en La negación moderna de la naturaleza humana, se opone a las tesis culturalistas y, en El lenguaje es un instinto, sostiene además que el lenguaje es una adaptación evolutiva.

Tradicionalmente hemos pensado que cultura y naturaleza eran dos procesos disociados y, sin embargo, cada vez más investigadores apuntan que lo uno y lo otro están íntimamente próximos, como interrelacionados están los casi doscientos significados del término "cultura" que recopilaron ya en 1952 Kroeber y Kluckhohn.

A Cicerón le atribuimos la paternidad del término y desde aquel centenario antes de Cristo hasta

nuestros días, nuestro concepto de cultura

ha evolucionado tanto como se ha ampliado

su concepción.

En mi cabeza, la cultura es una forma generosa aunque delimitada de abarcar conocimientos y experiencias. La cultura es un contenedor hambriento de viajes y travesías que tanto devora el Mediterráneo a vela que las islas del Sol Naciente en el Shinkansen; los relatos de Chéjov y la poesía de Inger Christensen; el blog de Rosa María Mateos y el Instagram de Food52; las esculturas de Joana Vansconcelos; las ventanas al mundo de Hopper o el trá-trá de Rosalía.

En mi pensamiento hay espacio también para la cultura del vino y la de la pereza y, sin embargo, abomino de la cultura de la vergüenza y de esa que en las redes sociales llaman cultura de la violación.

Prefiero, sobre todas, la cultura de las letras contadas contra el viento, leídas en días de lluvia, vociferadas en una azotea o susurradas con papel al sol.

Elijo creer que el lenguaje, como teoriza Pinker, es innato, inconsciente, natural e irracional, propio de la naturaleza humana. Apuesto, como dice Goldman, que el lenguaje influye de forma determinante en nuestra composición genética y que nos falta saber hasta qué punto.

Invoco a Aristóteles, Galeno y Avicena, moradores de los primeros estudios del instinto humano, para que Robinson y Barron esclarezcan pronto cuándo será que los seres humanos portaremos poesía en las venas.

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