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Curiosidades

Pequeña gran historia de la caballería

Stefano Malatesta desgrana gloria y miseria de un cuerpo con capacidad de cronista y lucidez de analista militar

Stefano Malatesta. gatopardo ediciones

Cuenta Stefano Malatesta (Roma, 1940) que la vanidad de la caballería alcanzó niveles exponenciales cuando lord Brummel impuso el blanco y el negro para los trajes de gala de los civiles mientras los colores vivos quedaban reservados a los militares, que se exhibían como pavos reales ante el resto que cargaba con las fúnebres levitas de cola y aspectos de sepultureros.

En ese sentido el siglo XVIII fue un prodigio de ostentosidad. La anécdota que mejor lo refleja fue aquella estampida de los diez mil franceses del cuerpo de expedicionarios de la guerra de los Siete Años, capitaneados por el príncipe de Soubise, que abandonaron precipitadamente la ciudad de Gotha dejando tras de sí un extravagante equipaje para asombro de los húsares de Von Zieten. Junto al guardarropa de lujo traído de Versalles -calzoncillos largos de seda y otras ropas interiores- encontraron papagayos, gatos y perros, además de vestidos femeninos para regalar a las putas, salchichones, foie gras, confits de pato escoltados por los propios cocineros que permanecieron en su sitio. Los húsares prusianos desfilaron ese día con los calzoncillos de seda en la cabeza a modo de morrión.

La vanidad de la caballería encierra en sus páginas la presunción y la tragedia, el coraje y el error, a lo largo de la historia de un cuerpo que, como escribe el propio Malatesta, "ante de la disyuntiva de parecer más atractivo o ir más cómodo se decantaba tradicionalmente por la primera de las opciones". No es extraño, por tanto, que un libro tan hermoso y cultivado como es el suyo comience prácticamente con la crónica de la carga de la Brigada Ligera inglesa en Balaklava en 1854: el ataque frontal y suicida a caballo contra una batería de cañones rusos, del cual, más de siglo y medio después, Malatesta percibe con claridad lo difícil que resulta separar el valor del ridículo, el rigor táctico de la demencial escabechina de vidas humanas. A diferencia de la protagonizada por los heroicos soldados del regimiento Saboya en Isbucenski, a caballo y armados con sables contra dos batallones rusos provistos de ametralladores, Balaklava fue el resultado de una estrategia pésimamente interpretada por lord Cardigan, no un sacrificio racional. En los alrededores del pueblo ucraniano de Isbucenski, en el Don, el 24 de agosto de 1942, se libró la última carga de caballería de la Segunda Guerra Mundial y probablemente de la historia.

Malatesta, corresponsal de guerra y reportero de sucesos, crítico de arte, documentalista y cronista de viajes, mantiene en el libro que acaba de ver la luz gracias al buen gusto literario que caracteriza a ediciones Gatopardo, que incluso la pacífica Italia ha tenido grandes guerreros. Y que si ello no ha trascendido suficientemente en los tiempos modernos es porque sobre el mérito militar ha pesado la carga de culpa arrastrada desde el fascismo. A la retórica fascista que pretendía acreditar a los italianos como un pueblo de héroes, siguió la retórica antifascista que tiende a presentarlos como todo lo contrario, aunque en realidad no fue así. Llegó un momento en que para los soldados era importante ganar una guerra que no era la suya, sino la del Duce, exclusivamente para poder volver a casa sanos y salvos. Nadie puede decir honradamente que no se empleasen a fondo en la primera y en la segunda guerras mundiales. El Saboya en Isbucenski y la brigada de infantería Sassari en el Piave, son dos ejemplos.

Malatesta no sólo se refiere a las dos últimas guerras mundiales, sino a las batallas antiguas, a la época napoleónica, en un libro enjundioso en cuanto a perspicacia y a análisis. Habla de los caballos, los fuegos fatuos, las plumas y los sombreros, la furia destructora, y de los cuatro jinetes del Apocalipsis: Cardigan, Von Seydlitz, Amedeo Guillet y Von Letow- Vorbeck. Una amenísima y completa militaria.

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