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Martin Amis y los ritmos del pensamiento actual

Martin Amis y los ritmos del pensamiento actual

Respondiendo a una pregunta de un lector de "The Independent" sobre si le ha preocupado alguna vez parecerse a su padre, Martin Amis (Swansea,1949) dijo que si se refería al Kingsley de los últimos años podría pasar perfectamente sin esa metamorfosis física. Si lo que despertaba la curiosidad del lector es la herencia de la evolución política de su progenitor, añadía que tranquilos puesto que las biografías de uno y otro resultan antitéticas: mientras él siempre había sido "pasivamente de centro izquierda", su padre, comunista activo desde finales de 1930 hasta 1956 se había mutado en un tosco, aunque lúdico, r eaccionario apoplético. Martin remataba la jugada así: "Dicho de otro modo no me importaría convertirme en Kingsley. Me gustaría poder mantener el cariño que él sintió de por vida por todos mis hijos. Y no me importaría tampoco escribir una novela tan buena como Los viejos demonios cuando tenga sesenta y cuatro años".

Los viejos demonios es una de las mejores novelas inglesas de la segunda mitad del siglo pasado. Contiene un humorismo ácido brillante como pocas veces se da en la literatura. El joven Amis cumplirá los 70 en agosto y, en mi modesta opinión, no ha escrito nada que se le parezca, pero sí un puñado de títulos interesantes, algunos de ellos magníficos, no solo de ficción. En plena madurez, su escritura es ácida e inteligente, como la de Kingsley, pero también erudita y reflexiva. La prueba de ello está en El roce del tiempo, la colección de ensayos, reportajes y crónicas escritos entre 1986 y 2016, y que acaba de publicar Anagrama. Algunos de ellos son estupendos y ninguno deja indiferente al lector. Entre los primeros figuran los dedicados a Nabokov y Bellow, las dos cumbres literarias más elevadas para Amis; otros reportajes, como el encuentro con Travolta no resultan fáciles de olvidar, y luego están las rápidas instantáneas familiares de Philip Larkin; del entonces vivo y ahora desaparecido Christopher Hitchens -de quien dice que su amistad jamás conoció nubarrones y fue como un sol de mayo-, y, por supuesto, del viejo Kingsley. En dos episodios de la colección figuran las preguntas y respuestas defensivas llenas de ingenio a los lectores de "The Independent", dos piezas divertidas sobre fútbol y algunas crónicas, entre las que destaca el traje a medida que le hace a Jeremy Corbyn, líder de la oposición de su Majestad, perteneciente a una vieja izquierda que conoce muy bien de los años del "New Statesman" y no tiene inconveniente en descuartizar por su ignorancia: "Corbyn aprendió a decir miau a una edad muy temprana (aleccionado, de lejos, por cierto economista alemán) y jamás se le ha ocurrido decir nada distinto". O esta otra: "En general, su curriculum vitae intelectual da la impresión de estrechez y lentitud mental. Y de una indiferencia esencial en todo lo que pueda ir más allá de su esfera inmediata".

No hay muestras de osificación del estilo en estos ensayos y crónicas de Amis, pese a la distancia que los separa. Ni siquiera donde se percibe el cliché. Probablemente en El roce del tiempo coincidan todos sus registros, los Amis familiares, los cuentos de hadas simulados, el tono gamberro y también el analítico e intelectual: la dualidad con que siempre se ha distinguido del resto de los escritores de su generación, puede resultar irónicamente machista cuando escribe sobre el porno y los coños engañosos, y mostrarse ultrafeminista cuando mantiene que en realidad es ginócrata y desea que sean las mujeres las que siempre gobiernen. Incluso es capaz de dominar esa pomposidad que asoma en su escritura, con una innegable maestría para canalizarla; eso que él mismo ha calificado como los ritmos de pensamiento propios de la época. No es fácil predecir cuando el ceño fruncido se va a convertir en burla.

Para Amis, el estilo y la moralidad, el lenguaje y el pensamiento, están indisolublemente unidos. Y no se ha olvidado de despachar con gran sentido humor la gravedad del mundo. Por ejemplo, una lectora le pregunta qué es lo peor que le ha sucedido en la vida y responde que comprobar cómo, una vez de vuelta al Reino Unido de una gira por Estados Unidos, el rollo de papel higiénico del baño de casa no acaba plegado en "V" como en los hoteles norteamericanos.

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