Diario de Mallorca

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La sala de interrogatorios

Entretenimiento garantizado con la serie de Sanabria y Arriero

Francesc Garrido, en una escena de la serie 'La Sala'.

Es posible que ahora que está de moda estudiar Criminología La sala sea usada en las aulas como manual del interrogador perfecto. Entretiene, intriga y toca el tema que al telespectador atrapa: la corrupción. En menos de ocho horas te ventilas cómo se debe tensar o aflojar la cuerda en la sala de interrogatorios para que el malo cante y el fingidor se descubra. Decía yo que todo está corrupto y corrompido: jueces, policías, farmacéuticos... Si te llama a la puerta tu vecina anciana y sonriente, ten cuidado: puede ser cómplice corrupta de una banda corrupta de eslavos corruptos o estar en connivencia con una juez corrupta que apoya a políticos corruptos que favorecen a policías corruptos. Y el telespectador en casa, calentito, viendo cómo todo está corrupto salvo él. Éxito seguro. Entretenimiento seguro. Nunca te fíes. La corrupción acecha.

Hay que empezar fuerte: el inspector de policía Costa entra en la sala de interrogatorios y le mete un tiro en la cabeza a Corbalán -su amigo del alma y comisario en ese momento- mientras le exige: "¡Mírame!" ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? Pues de saberlo se va a ocupar la joven periodista Sara que entrevista en la cárcel al asesino con objeto de filmar un documental sobre la verdad y la justicia. Y en un locutorio privado del talego, reluciente e iluminado se enfrentan el matador y la preguntadora. Ya se lo imaginan ustedes: saltos temporales, adelante, atrás, más atrás, adelante de nuevo, segunda década del XXI. Costa el experimentado y frío prohijó al rudo y temperamental Corbalán, lo guio y sofrenó en sus comienzos. Pero, entonces, ¿cómo el novato llegó a comisario y Costa perdió escalafón y acabó matando a Corbalán? Hay que meter más personajes, corruptos casi todos, claro. Y ahí va apareciendo una Goya Toledo que interpreta (es un decir) a una jueza que pasa más tiempo en la comisaría o en las camas (se acuesta con los dos policías) que dictando sentencias. Y una casi niña secuestrada por una banda de proxenetas narcotraficantes eslavos malísimos. Y un violador. Y subtramas con una mujer descarriada por amor o un abogado faltoso o un padre que usa a su hijo como escudo humano. Y una comisaria (muy buen papel de Mari Carmen Sánchez) y el funcionario de prisiones Epifanio, que no para de mascar chicle. Y políticos. Y Costa los escruta a todos, los manipula, interroga en su sala de la verdad (la única habitación que lo relaja) a los sospechosos y, contándoselo, va abriendo los ojos de la vida a Sara, con la natural tensión sexual latente entre ambos y tal y cual.

Como ocurre en todas las series (insisto, en las entretenidas como esta: bazofia hay a porrillo, no merece la pena hablar de ellas), hay que suspender varias veces la incredulidad como espectador. Me creo a Francesc Garrido como Costa, sobre todo cuando abandona su habitual manía de filmarse solo de perfil (véase Citas o Sé quién eres), pero no sé qué pinta saliendo con capucha la primera vez o dándole a Epifanio una pulserita. Natalia Rodríguez da vida a Sara, aunque acaso deberían haberle explicado mejor si se esperaba de ella que fuese la Kim Novak de Vértigo o la Stone de Instinto básico, que su cara y porte no nos lo aclara. En los ocho episodios no sé si la jueza va o viene (quizá el olor a 2ª temporada que se respira a partir del 4º episodio la aturda hasta a ella) o se queda. Y, la verdad, im aginarme a un supermalo eslavo jefe de una banda internacional de trata de mujeres chateando como un salido adolescente y dándose lingotazos de whisky en busca de ligue, parece que me cuesta mucho trabajo. Pero como la producción se ve con gusto, el montaje es bueno y las frases retumbantes retumban ("No hagas lo que es lo correcto; haz lo que es justo"), La sala no engaña y enseña a interrogar.

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