Es posible que ahora que está de moda estudiar Criminología La sala sea usada en las aulas como manual del interrogador perfecto. Entretiene, intriga y toca el tema que al telespectador atrapa: la corrupción. En menos de ocho horas te ventilas cómo se debe tensar o aflojar la cuerda en la sala de interrogatorios para que el malo cante y el fingidor se descubra. Decía yo que todo está corrupto y corrompido: jueces, policías, farmacéuticos... Si te llama a la puerta tu vecina anciana y sonriente, ten cuidado: puede ser cómplice corrupta de una banda corrupta de eslavos corruptos o estar en connivencia con una juez corrupta que apoya a políticos corruptos que favorecen a policías corruptos. Y el telespectador en casa, calentito, viendo cómo todo está corrupto salvo él. Éxito seguro. Entretenimiento seguro. Nunca te fíes. La corrupción acecha.
Hay que empezar fuerte: el inspector de policía Costa entra en la sala de interrogatorios y le mete un tiro en la cabeza a Corbalán -su amigo del alma y comisario en ese momento- mientras le exige: "¡Mírame!" ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? Pues de saberlo se va a ocupar la joven periodista Sara que entrevista en la cárcel al asesino con objeto de filmar un documental sobre la verdad y la justicia. Y en un locutorio privado del talego, reluciente e iluminado se enfrentan el matador y la preguntadora. Ya se lo imaginan ustedes: saltos temporales, adelante, atrás, más atrás, adelante de nuevo, segunda década del XXI. Costa el experimentado y frío prohijó al rudo y temperamental Corbalán, lo guio y sofrenó en sus comienzos. Pero, entonces, ¿cómo el novato llegó a comisario y Costa perdió escalafón y acabó matando a Corbalán? Hay que meter más personajes, corruptos casi todos, claro. Y ahí va apareciendo una Goya Toledo que interpreta (es un decir) a una jueza que pasa más tiempo en la comisaría o en las camas (se acuesta con los dos policías) que dictando sentencias. Y una casi niña secuestrada por una banda de proxenetas narcotraficantes eslavos malísimos. Y un violador. Y subtramas con una mujer descarriada por amor o un abogado faltoso o un padre que usa a su hijo como escudo humano. Y una comisaria (muy buen papel de Mari Carmen Sánchez) y el funcionario de prisiones Epifanio, que no para de mascar chicle. Y políticos. Y Costa los escruta a todos, los manipula, interroga en su sala de la verdad (la única habitación que lo relaja) a los sospechosos y, contándoselo, va abriendo los ojos de la vida a Sara, con la natural tensión sexual latente entre ambos y tal y cual.
Como ocurre en todas las series (insisto, en las entretenidas como esta: bazofia hay a porrillo, no merece la pena hablar de ellas), hay que suspender varias veces la incredulidad como espectador. Me creo a Francesc Garrido como Costa, sobre todo cuando abandona su habitual manía de filmarse solo de perfil (véase Citas o Sé quién eres), pero no sé qué pinta saliendo con capucha la primera vez o dándole a Epifanio una pulserita. Natalia Rodríguez da vida a Sara, aunque acaso deberían haberle explicado mejor si se esperaba de ella que fuese la Kim Novak de Vértigo o la Stone de Instinto básico, que su cara y porte no nos lo aclara. En los ocho episodios no sé si la jueza va o viene (quizá el olor a 2ª temporada que se respira a partir del 4º episodio la aturda hasta a ella) o se queda. Y, la verdad, im aginarme a un supermalo eslavo jefe de una banda internacional de trata de mujeres chateando como un salido adolescente y dándose lingotazos de whisky en busca de ligue, parece que me cuesta mucho trabajo. Pero como la producción se ve con gusto, el montaje es bueno y las frases retumbantes retumban ("No hagas lo que es lo correcto; haz lo que es justo"), La sala no engaña y enseña a interrogar.