Decía Honoré de Balzac que un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano; de esos libros hermosos que han mitigado en algún momento la pasión por la lectura de éste quien les cuenta, no puedo dejar de referenciar y modestamente intentar hacer valer la obra del Poeta de Moguer, leído en los albores del bachillerato.
Tan solo con que les plasme aquí las primeras palabras del inicio de aquel texto sabrán enseguida de que les hablo: "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene á mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal..."; ahí es nada, con que poco Juan Ramón nos enamora de aquel borriquillo.
La prosa de Juan Ramón, vertida en aquel librillo, está preñada de poesía que no precisa de rima o verso para llegar a tal categoría; el texto nos lleva a los ámbitos de recuerdo del autor, a su pensamiento melancólico pero al tiempo nos transporta a aquellos parajes de vivencia del vate; a través de sus capítulos arriban a nosotros las aventuras del amigo del poeta, La Miga, El Moriderao, El Demonio, La Arrulladora; sensaciones descritas y que llevan al lector a confundir si quien relata es el poeta o el borriquillo mismo, no fuera que el titulo adecuado fuera Yo, platero. Ese hermoso libro de apenas 148 páginas merecería mil palabras más, cientos de loas, pero es mejor que se sumerjan ustedes mismos en él, que lo disfruten sin intermediarios. Es una de esas obras literarias que es recomendable releer de cuando en cuando para encontrarnos un poco a nosotros mismos.
