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El 'like' no es el mensaje

Un mantra en el mundo del cine sostiene que ciertos personajes extremos ofrecen más boletos para obtener premios. Varias películas recientes han desarrollado una variante interesante, personajes poco empáticos pero con debilidades reconocibles, muy humanas

El 'like' no es el mensaje

Vivimos una época en que mucha gente, no sólo la generación apodada con el cambio de siglo, se obsesiona con los likes de las redes sociales hasta rozar la patología mental. El capítulo Nosedive de la distópica serie Black Mirror se fijó en ello. En ese episodio los ciudadanos que se esforzaban por tener un alto número de likes ascendían de categoría social; los que tiraban la toalla pasaban a ser poco más que sin techo, y mucho más felices.

Es un argumento exagerado pero en absoluto irreal y disparatado. Estudios sociológicos recientes han demostrado que tendemos a magnificar nuestras virtudes cuando nos dirigimos a un grupo amplio (ergo redes sociales), y avivar nuestras cicatrices en conversaciones cara a cara.

Esa paradoja, o bipolaridad aparente, se refleja en una tendencia reciente del cine, rebotada de la literatura: el creciente número de personajes que no provocan empatía ni rechazo frontal y al mismo tiempo atraen al espectador porque son muy humanos.

Ron Woodroof (Matthew MacConaughey) es el protagonista de Dallas Buyers club (J.M. Vallée, 2013) Con un carácter volcánico, tras contraer sida creó una empresa alegal para comercializar medicinas en fase de ensayo y tratamientos de dudosa eficacia. La película explota ese torbellino vital. Woodroof no fue un monstruo porque sufrió igual, o más, que sus clientes; a la vez sucumbió a mercadear con seudociencia.

Menos ejemplar aún fue la patinadora sobre hielo Tonya Harding, retratada en Yo, Tonya (Craig Gillespie, 2017). Harding, es cierto, se crió en una familia pobre y desestructurada. Sin embargo rozó la cima de su deporte y no le bastó, se sintió injustamente tratada por los jueces y gran parte de los seguidores y, en una cruzada de cables monumental, consintió que partieran las piernas a su mayor rival. La película sobresale (obtuvo un Oscar y decenas de premios y nominaciones) en las tres patas esenciales. El guion no prejuzga a Harding; muestra su arisco carácter y le permite justificarse. La realización marca un tono jocoso sin llegar al desprecio. Y las actuaciones de Margott Robbie y Allison Janey (como la extravagante y tirana madre de Tonya, actuación que le brindó el Oscar) son excelsas.

Estrenada este año es La favorita (Yorgos Lanthimos). La protagonista es la reina Ana Estuardo en los inicios del siglo XVIII. El

guión, de Deborah Davis y Tony McNamara es muy hábil al abandonar los hechos reales para profundizar en una relación lésbica, y añade un retrato devastador de la monarquía y las borracheras de poder en general. La reina (en esta ficción) es poco atractiva, semi inválida por ataques de gota, cortita intelectualmente, caprichosa, insegura, voluble, depresiva. Siendo además una privilegiada en grado sumo, lo lógico para el espectador es desentenderse de ella, que se coma sus neuras con sus cortesanas y sus amantes. Sin embargo no ocurre eso. Esa acumulación de imperfecciones, la extraordinaria actuación de Olivia Colman, y la desatada ambición de las dos mujeres que intentan dominarla psicológicamente, producen pena, compasión, fascinación.

También de este año es ¿Podrás perdonarme algún día? (Marielle Heller). La protagonista, también basada en hechos reales, es una escritora fracasada y también con un físico poco agraciado que recurre a la picaresca de falsificar cartas de escritores famosos para salir del pozo. Logra evitar el rechazo del espectador porque se mueve en la fina, o borrosa línea, entre picaresca y delito, porque se acepta que el escaso atractivo es casi una discapacidad, y por su torpeza cuando el engaño se le va de las manos y se arriesga a ir a la cárcel.

Es lo que ocurre en Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda, 2018). Una familia de rateros japoneses adopta a un niño maltratado por sus padres y le enseñan el oficio de delinquir. Son delincuentes, sin duda. No son violentos, se evidencia. Logran encontrar (con alguna excepción) ganas de vivir, de divertirse estando en modo supervivencia. Guión, realización, tono, interpretaciones, acertadísimos.

Si hay una moraleja común en estas películas es que más que intentar gustar, más que perseguir likes no siempre sinceros es prioritario conocernos y aceptarnos como somos. El cine, una vez más, muestra que no es sólo fast food para pasar el tiempo.

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