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George Saunders

La cera que arde

George Saunders certifica su condición de narrador excepcional en Lincoln en el Bardo

George Saunders.

Desaparecido físicamente David Foster Wallace, el estadounidense George Saunders (Texas, 1953) es posiblemente el escritor que saca una cabeza a los demás en el pódium del "ir más allá" de los cauces convencionales del relato. La figura que viene a nivelar en el polo opuesto la propuesta narrativa de Jonathan Franzen, generalizando mucho. Pertenece a lo que se ha llamado The Next Generation, integrada por firmas del calado del propio Foster Wallace, Jonathan Lethem, Chuck Palahnuik o Arthur Bradford, herederos todos ellos de las nuevas vías abiertas en la narrativa norteamericana por Thomas Pynchon, De Lillo, William Gaddis y John Barth, entre otros. Hasta ahora, Saunders era una referencia de primer orden en la narrativa breve, género por excelencia de la literatura norteamericana, con una larga carrera en The New Yorker. En España teníamos noticias suyas a través del volumen Diez de diciembre (Alfabia, 2013) y a finales del año pasado ha sorprendido, tanto en su país como fuera de él, con una novela fascinante y emocionante, que pilló de improviso hasta al propio autor.

La historia en sí llevaba veinticuatro años en su cabeza y estaba convencido de que el texto teatral era el cauce adecuado para desarrollarla, pero la cosa no acababa de funcionar. En el ánimo de Saunders estaba renunciar una vez más a la voz narrativa, porque esa dimensión no encaja con su visión del mundo. Para Saunders, la mejor versión de una historia es la que tiene en cuenta todas las voces: "No sé cuál es la realidad. Vamos a preguntarles a todos y cada uno de los que están en esta habitación qué es lo que sienten y esa será la verdad de esta habitación. Pero también hay que preguntarles a los que alguna vez han pasado por ella, incluyendo a los muertos. Eso sería lo que más se acercaría a la verdad de esta habitación". Lincoln en el Bardo tiene mucho que ver con esa habitación y con los ecos que permanecen en ella.

Tomando como referente la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters y, de forma implícita, la Pietá de Miguel Ángel, como sutilmente supo ver José María Guelbenzu, Lincoln en el Bardo gira en torno a la muerte de Willie Lincoln, hijo del presidente Abraham Lincoln, el 20 de febrero de 1862 a causa de una fiebre tifoidea. Este es el dato histórico del que parte Saunders para desplegar un ejercicio imaginativo que obra por contención, sin espectáculo, de la manera más sencilla y realista posible, en el cementerio de Oak Hill, Washington, la noche del funeral. La tarde del entierro, el presidente es un hombre destruido, que suma al dolor personal el sufrimiento y las dudas por el devenir colectivo de un país sumido en una guerra civil de la que es máximo responsable: "Hay veces que la vida te golpea tan duro desde todas partes que te rindes, que dices basta. Cuando no puedes aparentar nada, nada tapa la verdad". Lejos del mito, la figura del presidente se nos presenta víctima de ese derrumbamiento emocional, del sentido de culpabilidad y de la completa desnudez moral. Durante esa noche, acude dos veces al cementerio para abrir la cripta y abrazar a solas a su hijo, pero solamente el paso definitivo de Willie por su propia voluntad al otro lado lo libera, reconcilia con la muerte y empuja a afrontar su destino.

El Bardo es el lugar donde, según el budismo tibetano, religión a la que se ha convertido recientemente el autor, las almas se encuentran en tránsito de la vida terrena a otro lugar. Un centenar largo de voces, almas detenidas en ese tránsito que se niegan a "dar el salto" definitivo, seres en pensamiento como el propio Willie, acompañan, mediante un diálogo constante entre ellas, la doble visita del presidente a su hijo esa fatídica noche. Este centenar de voces del Bardo, que tienen la cualidad de introducirse en el interior de las personas para intentar forzar una situación, eluden su condición de personas muertas y se refieren a su nicho como "cajón de enfermo", con la esperanza de volver algún día "al sitio anterior", razón por la cual retardan en lo posible dar el paso definitivo. Destacan tres personajes que llevan el hilo narrativo de lo que acontece allí: Hans Vollman, un impresor que ha muerto antes de consumar su matrimonio con una mujer mucho más joven que él y que por ello gravita con un enorme miembro colgando; Roger Bevins III, un homosexual lleno de ojos y oídos que simbolizan su miedo en vida a asumir su condición ante los demás, y el reverendo Everly Thomas, relator del Bardo, que sabe la verdad de su condición y la afronta extrañado por su propia condenación.

Finalmente, en un tercer plano narrativo, están presentes desde el principio los testimonios tomados de fuentes históricas (unos reales; otros, inventados) que terminan por situar los hechos en torno a la muerte de Willie y la figura de su padre, un mito discutido al haber pasado a la historia como "el hombre más triste del mundo" en un país que tiene una opinión muy optimista de sí mismo y nunca se sintió cómodo con la tristeza, problema que sigue arrastrando.

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