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Socialismo real

En Jonas Fink Giardino demuestra que ha alcanzado una madurez clásica. Todo está perfectamente documentado

Socialismo real

La reedición de Jonas Fink nos permite recuperar uno de los escasos tebeos que intentan describir la vida tras el telón de acero. Como testimonio de la miseria que el comunismo provocó en media Europa es irreprochable.

Más cuando recordamos que el asunto apenas ha saltado a los comics. Recuerdo una clásica historieta de Spain, su breve pero afilada biografía de Stalin, donde plasmaba la dureza del gulag en dos viñetas. También El Vals del Gulag, de Pellejero, una bienintencionada aproximación al infierno de los campos de exterminio soviéticos. Si la monumental tragedia soviética casi no ha sido mencionada, la triste vida cotidiana en sus países satélites no parece interesar a nadie. Así que el esfuerzo de Giardino es aun más meritorio considerando que da voz a víctimas prácticamente olvidadas.

Quienes hayan leído anteriores obras de este creador italiano ya saben a qué atenerse. Lo descubrimos en Sam Pezzo, una serie negra con un dibujo de línea clara que acentuaba los contrastes de luces y sombras de forma muy ajustada a lo narrado. Allí ya pudimos comprobar su afición a dibujar chicas guapas. Le cuesta incluir en sus repartos a mujeres normales, todas sus protagonistas son espectaculares bellezas a las que desnuda en cuanto el guión se lo permite. Todo mejoró en Max Fridman, donde aportaba un color encantador y abandonaba a Hammet para inclinarse hacia Graham Greene. Era una serie de espías plagada de dilemas morales y, otra vez, señoras estupendas. Su exquisito dibujo acompañaba con naturalidad unos argumentos de ritmo sosegado y lectura pausada. Por el camino dibujó algunas obras más, como Vacaciones fatales o Little Ego, otra vez pobladas por féminas con tendencia a perder la ropa. Cuando decidió llevar a Fridman a la Guerra Civil española le perdí la pista. Giardino es un creador académico y meticuloso. Pero como guionista carece del genio que caracteriza por ejemplo a uno de sus paisanos, Berardi, con cuyas obras seguimos disfrutando mes a mes (si todavía no lo están leyendo, dejen esto y corran a pillar su Julia o su Ken Parker).

En Jonas Fink Giardino demuestra que ha alcanzado una madurez clásica. Todo está perfectamente documentado, sus personajes se distinguen fácilmente y actúan con naturalidad. El protagonista, un niño al que veremos crecer de un episodio al siguiente, asiste al encarcelamiento de su padre, condenado a una pena injusta y de la que casi no pueden ni quejarse. Se visualiza muy bien la opresión de un régimen en el que el individuo no cuenta nada frente al poder del estado. Luego mantiene un delicado equilibrio entre las andanzas y los sentimientos del joven Fink y la presión de un sistema que desborda paranoia y voluntad de control. Todo el proceso de enamoramiento del adolescente se beneficia del gusto del dibujante por las bellas señoras. No nos cuesta compartir la fascinación del joven por esa atractiva jovencita a la que finalmente perderá, ya que sus padres no permiten que salga con el hijo de un enemigo del pueblo. Desgraciadamente el diálogo entre el drama personal y el colectivo se pierde en la última parte. Allí se aborda el pasaje más conocido del drama checo, la famosa primavera de Praga. De alguna forma el Fink maduro resulta antipático y sus líos con su amor actual (una vietnamita) y el del pasado (la rusa) no nos interesan como sí lo hacían los sentimientos de su yo adolescente. El telón político de fondo adquiere demasiada importancia y el final parece no llegar nunca. Pese a esa decepcionante conclusión, la obra contiene elementos muy atractivos y secuencias excelentes. A su autor le ha costado casi tres décadas concluirla, así que bien se merece que le den una oportunidad.

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