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Aniversario

To er mundo e güeno

En 1959 se publicaban en Pilote las primeras planchas de Astérix, que serían recopiladas en el álbum Astérix el galo en 1961. En la actualidad la serie sigue en marcha, confeccionada por unos autores que no son los originales

René Goscinny.

En el libro de ensayos de Goscinny editado por Libros del Zorzal, el guionista se queja amargamente de su éxito. Declara que él se esfuerza por ser un incomprendido, por escribir de forma ininteligible, pero que no lo consigue. Con amarga ironía insiste en que pese a sus intentos, todo lo que factura es aceptado con regocijo por sus lectores, asegurándole fama y fortuna. Su compañero de viaje, el dibujante Uderzo, podría esgrimir un planteamiento semejante. Es un conocido coleccionista de Ferraris, lo que nos da la medida de su situación económica. Astérix se convirtió en un fenómeno global, traducido a decenas de países y con adaptaciones cinematográficas, parques temáticos y todo tipo de productos derivados. Goscinny murió en 1977 y tras su fallecimiento Uderzo se hizo cargo de las historias. Hace años el dibujante decidió dejar los lápices y le pasó el testigo a otros creadores. Podía haber hecho como Hergé y acabar con la serie al abandonarla sus creadores originales. Pero han decidido mantenerla en marcha. Como recientemente también hacía Van Hamme con sus personajes o siempre han hecho las editoras y sindicatos estadounidenses. Los autores vienen y van, el personaje, la marca, permanece. Lo que conlleva ventajas y desventajas. Si los autores que abordan la serie son buenos, pueden mejorar el original. Como recientemente ocurría con Senté y Juillard y su versión de Blake y Mortimer. Con Astérix, hasta el momento no he visto nada que superase los primeros álbumes. Pero ya en su momento se notó la ausencia de Goscinny, un genio del humor difícil de sustituir.

Astérix, como Tintín, tiene una conexión con los USA. Goscinny trató a la plana mayor de la revista Mad, empezando por el dibujante y guionista Harvey Kurtzman. Su forma de abordar el humor debe mucho a aquella nueva visión que la última publicación de la EC aportó. Todo podía ser blanco de las bromas, el cómico era como un huracán, por donde pasaba nada volvía a ser lo mismo. Pese a su sistemática desmitificación de la realidad, Astérix nunca ha sido tan polémico como Tintín. Creo que sobre todo debido a su marcado sesgo humorístico y a su ubicación temporal. Se recomendaba su lectura como complemento de los libros de historia o de latín y no fueron pocos los datos que aprendimos a través de sus viñetas, sobre gladiadores, Cleopatra, Alesia o el sistema financiero helvético. Tintín ganaba en el terreno del prestigio cultural. En comparación Astérix era poco serio. Si Tintín se dirigía al jovencito que se enfrentaba a una incipiente madurez, el pequeño galo apelaba a sectores más infantiles, cautivándolos con su humor absurdo y salvaje y sus divertidos juegos de palabras. Esa apariencia un tanto descerebrada escondía no obstante un producto perfectamente realizado, con un dibujante superdotado al frente, que saltaba con insultante facilidad del realismo de Michel Vaillant a la cómica plasticidad del galo y sus amigos. Tendemos a menospreciar el humor y Astérix no es una excepción. Pero también late una cosmovisión tras su fachada ligera y bromista.

En su momento se insistió en la comparación con la actualidad. Roma serían los USA y la pequeña aldea gala Francia o Europa por extensión. La defensa de lo individual, lo particular, frente a la voluntad normalizadora del imperio. Otro de los grandes ejes temáticos es, como en Tintín, el intercambio cultural. Astérix conecta, episodio tras episodio, con otras culturas. Hay un cachondeo evidente con los matices más exóticos que los nativos exhiben, pero siempre unido a un respeto hacia lo diferente. Cuando Obélix repite por enésima vez lo de "están locos estos... (lo que sea)" ya sabemos que todos estamos locos, que todos tenemos manías, gestos, costumbres, actitudes, que resultan extrañas a los otros, los forasteros. Pero que con un poco de tiempo y buena voluntad hasta el ritual más peculiar resulta comprensible. El mensaje, reiterado una y otra vez con simpatía y un evidente tono de farsa es que "todo el mundo es bueno". Y es precisamente el establecimiento de ese lugar común el que permite a la serie reírse de todo y de todos. De la manía suiza con la limpieza (frente a la suciedad romana), de la obsesión hispana por el cante y el baile, de la arrogancia y susceptibilidad de los corsos y de lo que se les ocurra.

Evoco con especial cariño el álbum La vuelta a la Galia con Astérix. Me llamaba la atención la profunda variedad de sabores locales que la vieja Francia podía contener, los acentos, las comidas, las costumbres, todo un festival que sin embargo se reconocía unido en aquella entidad superior, la Galia. La historia de Europa parece ahora avanzar en dirección contraria, de regreso a la tribu. Rota Yugoslavia en jirones, identidades cada vez más localizadas buscan su lugar bajo el sol, avivando atávicos desencuentros e imperdonables ofensas del pasado. Quizás Astérix debería de visitarlos a todos, recordarles que las diferencias no son tan importantes y animarles a que no se tomen tan en serio.

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