Diario de Mallorca

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Sobre el oficio de construir

Octavio Mestre reflexiona sobre el trabajo del arquitecto

Octavio Mestre.

Nuestro trabajo de arquitecto

tiene cierta condición de alquimista,

de transmutar los metales, de hacer que ladrillos sin valor alguno se transformen en una cosa valiosa...

Cuando me dijo Octavio Mestre que iba a publicar La arquitectura como misterio, le pregunté si se trataba de profundizar en aquellos escritos de Barragán sobre los jardines donde el mexicano ensalza los árabes en España y Marruecos (el viaja mucho a México). Pero me contestó: sí, también€Vamos que no. Acabo de leerlo del tirón, y en realidad es muchas cosas. Sí, está el misterio de la creación arquitectónica: cómo un mismo cometido puede, en distintos equipos, conformarse de maneras tan diferentes y tantas válidas. Parece una película con cámara fija, en la que el protagonista, él, vacía sobre el texto toda su extensa experiencia. Extensa experiencia y muy valiosa la suya por varias razones. Es autor de más de 150 proyectos, algunos exquisitos como sus viviendas unifamiliares por la costa brava, que se recogen en el libro Villas Blancas, pero además de grandes oficinas corporativas, con la guinda en su carrera que supone el Instituto del CERN en Ginebra. Aunque cuando habla de su casa de Tamariu, que en un detalle aparece en la portada del libro, se ve que es su corazón el que habla. Me recuerda a Malaparte (no a Libera) hablando de la suya y diciendo que era una casa come me. El libro, también para mi gozo, está lleno de Italia.

Otra razón del gran interés de este texto -para arquitectos pero literario, para literatos pero ll eno de ejemplos arquitectónicos, texto biográfico sin bibliografíaes que lo lees como el que está tomando unas cervezas con él en la Barceloneta, con sus chistes intercalados y todo, sin presunción de divo, sino como un amigo, con la sinceridad del que te cuenta todo. Del que te cuenta por ejemplo que no tiene problemas de dinero -y tú, que ya lo suponías viendo el edificio suizo, te dices: ¡Qué valor tiene al escribirlo, tal como está el patio en el gremio!- pero con la misma tranquilidad te explica unas humedades en una casa, con su juicio y todo, sus problemas, o como enfoca sus relaciones con los trabajadores de las obras.

Otra gran aportación del texto es que Mestre trabajó con Miralles y Pinós, y con Coderch, y habla a menudo de conversaciones con Llinás, de Sáenz de Oiza a través de Blanca Lleo. En fin, tuvo la suerte de compartir vida con algunos de los más grandes arquitectos que nos dio el siglo XX. El libro está salpicado de anécdotas de primera mano, que son, para los admiradores de todos ellos, como es mi caso, un lujazo. Hay que añadir, que además de muy lector, como dice su hija Lola, Octavio Mestre siempre estuvo vinculado a la enseñanza. Eso se nota también a la hora de escribir: nos educa, pero también nos quiere divertir y lo hace. Ha impartido clases en Rhode Island, Siena, Montpellier, Iberoamérica, en todo el planeta. Además fue arquitecto municipal de Barcelona, lo que, confiesa, le sirvió para estrechar relaciones con muchos países. Es concursero practicante, no solo por España, sino también globalmente y viajero "disfrutador" empedernido. Codirector de la revista t18, fue corresponsal de la revista Arquitectos de Madrid en Barcelona. Cuando se le pregunta cómo consigue hacerlo todo explica que madrugando mucho, levantándose a las cinco de la mañana, para sacarle tres horitas al día de escritura antes de que comience a sonar el teléfono. Cuando se acerca el final del libro, se alcanza a comprender quién es el verdadero destinatario de esta historia, nuestra historia, la de la vida que llevamos los arquitectos de entre 45 y 65 años. Mestre cita en algún momento al Savater de Ética para Amador porque su hijo Eduard está cursando esta carrera nuestra. El texto es también para los arquitectos que empiezan. Mestre es el oso grande y fuerte que le cuenta a su osezno qué bayas comer y cuáles no, aunque sabe de antemano que sólo lo aprenderá probándolas. El texto está lleno de citas literarias. A Mestre le gusta mucho Neruda así que "Confieso que he vivido (como arquitecto)", no estaría mal, aunque prefiero terminar diciendo con Machado que esto lo ha escrito un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno.

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