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Europa, historia y melancolía

Un sutil y melancólico ensayo del húngaro László Földényi sobre el oscuro destino de la modernidad europea

László Földényi.

Como en anteriores títulos (Melancolía o El sudario de la Verónica), vertidos también al castellano por el excelente traductor chileno Adan Kovacsics, el intelectual húngaro László Földényi vuelve a demostrar en su último ensayo sus dotes para reinterpretar la cultura europea desde un profundo conocimiento de la teoría del arte y la crítica filológica. Bello y terrible desde su mismo título, Los espacios de la muerte viviente comienza con la minuciosa écfrasis de un cuadro del renacentista Francesco di Giorgio Martini y termina con el diseño de la chimenea de Auschwitz, ante la que fue asesinada Ottla, la hermana favorita de Kafka, junto a los niños con los que llegó deportada desde Terezin. Ambos extremos se cierran con una secuencia de escenas fragmentarias, unidas por la perfecta urdimbre de su comentario. La pintura de Martini, Vista arquitectónica, encarnaría el ideal geométrico de una ciudad perfecta, que, exento de seres vivos, entrañaría una contradicción inherente a la cultura moderna: la ausencia de vida como materialización urbanística y política de la vida perfecta. El autor desplaza nuestra mirada a las formas estéticas de ese ideal, oscilantes entre el poder desatado de la política y la melancolía impotente del artista.

Los espacios megalómanos diseñados por Albert Speer para el nazismo o por los arquitectos soviéticos para el estalinismo son puestos en relación directa con otros nacidos de la Ilustración, como el esférico monumento funerario a Newton proyectado en la Francia revolucionaria, cuyo intento de celebrar la inmortalidad de la ciencia causaba una sensación "de muerte, de opresión, de absoluto desamparo". El "silencio de la arquitectura" que provocan obras semejantes, desde Piranesi a Jacques Lequeu, muestra inadvertidas afinidades con el Panteón de las glorias ideado por los nazis. En todas estas muestras Földényi advierte la huella de la Utopía de Moro y más aún la de Campanella, cuya Ciudad del Solanticiparía la terrible y fallida Ciudad de la Luz que los soviéticos fundaron en Bereniski, o los barrios edificados para los trabajadores del gas en la Francia de los sesenta.

En ese continuum de espacios sin vida, el Panóptico de Bentham resulta modélico. No sólo de las instituciones penitenciarias, sino de una forma teorética de visión, fundada en el ojo universal de la perspectiva geométrica. Ese "estrechamiento" epistemológico de la Modernidad por el que los hombres han "renunciado a una vida plena, a cambio de una vida mutilada" habría generado la esclavitud de una nueva servidumbre voluntaria. La brillante interpretación paralela que el autor hace de las ciudades oníricas de Giorgio de Chirico y algunos paisajes insistentes de Kafka, serían el reverso de este diagnóstico. Son dos miradas, pictórica y literaria, que, angustiadas por traspasar ese estrechamiento, aspiran a observar las cosas "como si las vieran por primera vez", revelando una realidad "que le hiela a uno la sangre". Chirico y Kafka son aquí exponentes de una subjetividad europea abocada a la melancolía, en su desesperada lucha contra una arquitectura política de la "vida mortífera". El pulso poético de Földényi cultiva igualmente los veneros de esa melancolía sobre una reflexión en fragmentos cuyas mediaciones sólo parecen accesibles a una afín sensibilidad literaria. El drama de la historia europea, reexpuesto aquí, una vez más, desde la crítica de la Modernidad y el anhelo de un perdido mundo de la vida, se inscribe en el mapa espaciotemporal de lo que hasta hace poco, con condescendencia germánica, se llamaba Mitteleuropa. Sin duda es un espacio insoslayable, donde se concitan todas las desgarraduras de la historia moderna. Pero no basta con iluminar la trama oculta de sus heridas. Para que esa exploración pueda hoy realmente orientar nuestra resistencia, su minuciosa cartografía estética y psíquica tendría que estar en condiciones de ofrecernos algo más que la solitaria satisfacción intelectual del desengaño. Y no resignarnos a que el silencio exterminador de Auschwitz sea la inevitable fosa común de todas las utopías europeas.

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