Sabemos a estas alturas que nuestra singularidad como especie no depende de un único factor, pero es una forma de indagar en la esencia, en el núcleo primordial en torno al que se construye nuestra especificidad. Y esa formulación toma cuerpo cada temporada editorial en un puñado de títulos que llegan al lector con la promesa de revelarle algo sustancial sobre cómo ha llegado a ser lo que es.
Para algunos, como el paleogenetista Svante Pääbo, premio Princesa de Asturias de Investigación Científica de este año, la pregunta resulta más apropiada para un filósofo que para quien trabaja desde la ciencia. Probablemente no nos podamos acercar a una respuesta sin aunar ambas perspectivas.
Eso es lo que sostiene Edward O. Wilson, el padre de la sociobiología, quien cerca de los noventa años conserva lucidez y capacidad reflexiva para sugerir que la comprensión de lo que somos impone superar las insuficiencias de las humanidades, lastradas por un "antropocentrismo extremo", para integrar cinco disciplinas: paleontología, antropología, psicología, biología evolutiva y neurobiología, "todas ellas unidas por el proceso evolutivo en la herencia y la cultura". La creatividad, un concepto escurridizo desde el punto de vista científico, cumple en el cambio cultural el mismo papel que las alteraciones del genoma en la evolución biológica y permite nuestra adaptación a las condiciones cambiantes del entorno. Esos saltos se amplifican por nuestra naturaleza gregaria y por el lenguaje, "el mayor avance evolutivo desde la célula eucariota", se lee en Los orígenes de la creatividad humana.
Sobre los fundamentos que apunta Wilson pone en pie Agustín Fuentes La chispa creativa (Cómo la imaginación nos hizo humanos). Catedrático de Antropología en la Universidad de Notre Dame, Fuentes intenta sintetizar nuestra historia en torno a los avances que genera la combinación cambiante e innovadora de los elementos con los que trabaja nuestra mente, desde el conocimiento a la intuición. Bajo ese prisma analiza, con amenidad y fluidez narrativa, todos los aspectos del comportamiento, sea la alimentación, el sexo, la religión o el arte.
Los números nos hicieron como somos, del profesor de Antropología de la Universidad de Miami Caleb Everett, es uno de los títulos más sobresalientes en este ámbito. A partir de esa tendencia al grupo que nos marca el origen, el lenguaje "reformuló la experiencia humana y nos permitió sobresalir antes y después de dejar África". Los números son un "subconjunto de herramientas verbales" que nos han permitido levantar un constructo tan humano como el tiempo y "sirvieron como andamiaje conductual y conceptual fundamental, ayudando a establecer el edificio mayor de la modernidad", escribe Everett. Compórtate, de Robert Sapolsky, profesor de Ciencias Biológicas y Neurología de la Universidad de Stanford, es una larga, detallada y actualizada exposición de los fundamentos biológicos de nuestra conducta. Nos sumerge en nuestra parte más básica, indisociable de la sublime si queremos entender a nuestra especie. Sobre esta última indaga el neurocientífico Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Ciencia en 2005, en El extraño orden de las cosas. Sostiene Damasio que "los sentimientos informan nuestra mente" y a partir de ahí trabaja en la perspectiva de que somos menos racionales de lo que nos gustaría porque la emoción impregna todos nuestros pasos.
A la forma en que las variaciones climáticas moldearon nuestra fisología dedica Homo climaticus el médico José Enrique Campillo Álvarez . Desde una perspectiva más amplia Cómo ser humano recopila, con una exposición muy gráfica y atractiva, las novedades sobre nuestra fisología y comportamiento a partir de artículos publicados de New Scientist, la revista semanal científica más vendida en el mundo. La reedición de Sapiens (El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia), devuelve a las librerías las entrevista de Josep Corbella a Eudadl Carbonell, Salvador Moyá y Robert Sala.
