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Cine

El respetable y el que paga, mandan

El reciente biopic Bohemian Rhapsody es un buen ejemplo del doble conflicto al que se enfrentan los docudramas sobre artistas, en este caso de música popular contemporánea

Cartel de Bohemian Rhapsody.

Un artista, de cualquier especialidad, se enfrenta antes de iniciar una obra a una duda existencial: ¿Dejar que salga lo que salga o dejarse influir por los presumibles gustos de los receptores de esa obra? ¿Quienes son esos receptores? Para un escritor los lectores y también los editores. Para un pintor, compradores, marchantes, galeristas y mecenas. Para un músico, los compradores de discos, asistentes a conciertos y productores musicales. Para un director de cine, espectadores y productores.

En Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018) hay una tercera parte contratante, con voz y voto: Los supervivientes del grupo Queen y los herederos de Freddie Mercury. Estos impusieron que se mostraran muy, muy de pasada las zonas oscuras de la biografía del carismático cantante, su homosexualidad desatada y su adicción a los estupefacientes. Es un biopic extremadamente convencional, rozando lo blando. Sólo la solvente dirección de Bryan Singer y unas barnizaditas de guión por parte del prestigioso Peter Morgan (La reina, Frost/Nixon) logran revivir en algunos momentos el carisma de Mercury y la efervescencia creativa del grupo.

Vuelvo con la duda existencial. ¿La única opción es tumbar el rey en la primera jugada de la partida? ¿Contentar a pachas al público y la crítica es una quimera en este género específico? Repasemos la videoteca (reciente)

En 1998 el director Todd Haynes estrenó Velvet Goldmine. El título remite a un famoso tema de David Bowie. Haynes quiso hacer un biopic sobre el músico; éste exigió dar el visto bueno. No se pusieron de acuerdo y Haynes se vio obligado a omitir su nombre y temas. O sea, inventarse la vida de un cantante que recordaba a Bowie. Logró una más que digna película, con la frustración de ser un 'pic' a secas, sin 'bio'.

Para esquivar un muro idéntico con Bob Dylan Haynes recurrió una década después al proverbio de rodearlo. I'm not there (2007) es un filme magistral para los que conocen a fondo la biografía del bardo de Minessota y, confuso, demasiado, para los que no. Resume momentos destacados de la vida y obra del músico en un calidoscopio caótico. Seis personajes con físicos dispares se ponen en su piel o en la de protagonistas de sus temas. A Dylan lo encarnan una mujer (Cate Blanchett) o un par de actores con físico más equiparable (Christian Bale o Ben Wishaw); un chaval negro encarna a Woody Guthrie; Richard Gere a un Billy the kid prejubilado superviviente de la balacera del OK corral; Michelle Williams a Eddie Sedgwick; Charlotte Gainsbourg a Sara Lownds. Una locura, encomiable, de película.

Arriesgada también, es Gainsbourg (vida de un héroe) (Joann Sfar, 2010). Sfar adapta su propio cómic sobre el cantautor galo y no lo esconde. Inserta de vez en cuando apósitos (los orejones del prota), marionetas, poesía recitada, para mostrar la riqueza del talento del biografiado. Tuvo la suerte además de encontrar un actor, Eric Elmosnino, con físico y facciones clonados casi del músico. Curiosa.

Encarrilada en los cánones está En la cuerda floja (James Mangold, 2005). El cantante country Johnny Cash no sólo no escondió las cicatrices de su vida sino que las utilizó en sus temas; y eso fue uno de los motivos de su consagración. La película tiene como debilidad un tufillo de redención cristiana, y como fortaleza las actuaciones de Joaquin Phoenix y Reese Whiterspoon (bendecida con un Oscar).

Como muchos músicos de jazz tuvieron vidas poco ejemplares han sido otro imán para el séptimo arte: Alrededor de la medianoche (Bertrand Tavernier, 1986) utiliza a dos destacadísimos músicos reales (Dexter Gordon y Herbie Hancock) para narrar las desventuras de ficticias de jazzeros emigrados a Paris para evitar la cárcel o una cuneta. Bird (Clint Eastwood, 1988) retrata al muy real y autodestructivo Charlie 'Bird' Parker, con gran actuación de Forrest Whitaker. En formato animado, con dibujos de Javier Mariscal, Fernando Trueba dirigió Chico y Rita (2010). Los protagonistas son ficticios, pero un secundario, el percusionista cubano Chano Pozo, fue real (y desgraciado, asesinado en un ajuste de cuentas callejero).

En clave femenina merecen obligada atención Tina (Brian Gibson, 1993), sobre Tina Turner, Dulces sueños (Karel Reisz, 1995) sobre Patsy Cline o La vida en rosa (Oliver Dahan, 2007) sobre Edith Piaf.

Cierro con un documental imprescindible. Amy (Asif Kapadia, 2015) con el aval de su anterior Senna, Kapadia recibió un montón de grabaciones familiares con Amy Winehouse y ninguna cláusula de censura. El resultado es riguroso y demoledor. Muestra como los genes (posiblemente) y el entorno convirtieron una voz prodigiosa en una muñeca rota más.

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