Diario de Mallorca

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FRACASO Y CREACIÓN

Pasiones y creaciones del sujeto precario

Un ensayo sobre el fracaso y las resistencias del sujeto creativo en tiempos de miseria académica y laboral

Remedios Zafra.

En septiembre de 2017 El entusiasmo ganó el prestigioso premio Anagrama de Ensayo. Su autora, Remedios Zafra, lo escribió, según ha contado ella misma, en un momento mucho más cercano al fracaso que al éxito profesional. Seguramente por eso, con su estilo firme y nada encorsetado, el libro se comporta como un sujeto que piensa. La trayectoria de Zafra como escritora, artista y estudiosa de la cultura contemporánea es envidiable: conferencias y clases e diferentes universidades y países, y publicaciones literarias y ensayísticas nada desdeñables. Pero también encarna el camino de sumisiones, frustraciones y rebeliones, propias de un mundo académico y artístico que exhibe las marcas y heridas de esa forma generalizada de aniquilación personal y desarrollo profesional que ha venido en llamarse "precariedad". La autora no pone en cuestión la pertinencia del concepto ni sus posibles limitaciones para un análisis del presente. Pero la disección crítica que nos ofrece a partir de su propia experiencia es lo suficientemente radical como para resistir matizaciones semánticas. Su punto de partida es tan singular como universalizable: la experiencia amarga de quienes han querido desarrollar su trabajo atendiendo a las exigencias de una vocación creadora desde la escritura, el arte o el pensamiento. La pasión que empuja esa creatividad vocacional es lo que denomina "entusiasmo", un viejo concepto con el que los griegos nombraban el estado de gracia de quienes se sentían llenos de dioses, y que, con la modernidad, quedó asociado a la experiencia de lo sublime. Zafra se reconoce en esa tradición estética iniciada por Shaftesbury y recupera el término para nombrar a quienes como ella dedican su vida a seguir esa vocación que, aunque imprecisa, "punza" y "arrastra" al sujeto en formación, hasta hacer coincidir el deseo, el estudio y la vida, dando sentido al auténtico trabajo. La paradoja es que ese entusiasmo se haya trocado en un valor mercantil, un botín suculento para los propietarios de los nuevos medios de producción cultural y artística. Los grandes "eventos" culturales necesitan del trabajo entusiasta de cientos de creadores vocacionales que, ante la impagable suerte de realizarse a sí mismos, son dispensados de un salario digno. La "precarización" del trabajo creativo es paralela a la consolidación de un entusiasmo fingido, que, para lograr sus metas, ha de desplazar y silenciar al entusiasmo sincero de sus agentes. La academia, y más específicamente, la Universidad tienen en esto una responsabilidad mayúscula. La cuantificación de la calidad intelectual, cifrada en índices de impacto y méritos estadísticos al servicio de un obsceno nepotismo, la sumisión académica al lenguaje y la moral empresariales con su insistencia en objetivos de calidad que reducen el saber a cultura indexada, "trozos aptos para la circulación rápida y posicionable, descuidando subjetividad, riesgo y sentido", son descritas aquí con ácida inteligencia. La misma con la que se retrata a quienes se encumbran en ese mundo como incansables "hombres fotocopiados".

La potencia persuasiva de este libro reside en el riesgo de sus conexiones, como la que establece entre esa impostura académica e institucional que arrastra nuevas formas de pobreza cuyas víctimas siguen siendo, en su mayor parte, femeninas, y la reducción del conocimiento y la mirada a los datos e imágenes de una cultura en red, de consumo efímero y rentabilidad infinita. Su cohesión es obrada por una escritura resuelta, que ensambla sin disonancias la argumentación rigurosa y la denuncia social, la confesión personal y la ficción narrativa. El personaje de Sibila, imagen corpórea de la voz ensayística, encarna los laberintos emocionales de un orden de sumisión y desesperación, pero también de una resistencia cuyo primer paso es reescribir la propia subjetividad. Si en El entusiasmoconfluyen gestos e ideas de ensayos anteriores como Un cuarto propio conectado, su capacidad para someter al lenguaje más introspectivo el análisis de la comunidad tiene su mejor precedente en Los que miran (2016), una novela confesión cuya escritura descarnada es insólita y perturbadora. Casi tanto como la de este ensayo, donde también hay una apelación comunitaria a liberarnos -apropiándonoslos- de los mismos resortes y redes que nos oprimen. Rastreadora de miradas y voces disonantes (desde Judith Butler a Paul Valéry, pasando por George Steiner o Donna Haraway), su anatomía de las pantallas y los marcos es una invitación permanente a darles la vuelta y mirar detrás del espejo. En este sentido, el entusiasmo estético de una Sibila que no sabe resignarse es finalmente, y sobre todo, político. Aunque no lo cite, quizás el de Zafra no sea muy ajeno al entusiasmo con el que, hace más de dos siglos, el viejo Kant desde su austera habitación prusiana se sentía conectado con todos aquellos lectores que creían ver confirmadas en la lejana revolución sus esperanzas en el progreso de una humanidad, virtual o real, pero, en todo caso, más libre.

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