Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cine

Mi fortuna por unas bailarinas

El robo hace años, y su recuperación hace pocos meses, de unas zapatillas nos recuerda que el coleccionismo de objetos relacionados con el cine, más que una curiosidad es un extraño impulso humano

Mi fortuna por unas bailarinas

La noticia saltó el 5 de septiembre. El FBI había recuperado unas zapatillas robadas trece años antes. No unas zapatillas cualesquiera. Eran las bailarinas con lentejuelas carmesí creadas expresamente para Judy Garland en El mago de Oz (Victor Fleming, George Cuckor, King Vidor, Mervyn LeRoy y Norman Taurog, 1939).

La noticia se podría titular, en clave paródica, como el robobo de las zazapatillas. Durante el rodaje se utilizaron (no hay un recuento exacto) unos siete pares. La mayoría se los quedó Kent Warner, uno de los más ávidos cinéfilos coleccionistas de recuerdos de Hollywood de la época. Fue muy pillo al convencer a la productora Warner que sólo quedaban unos y guardarse los demás, que posiblemente vendió discretamente en los años siguientes. Warner murió en 1984 y la suerte de esa magna pieza de su colección fue tan misteriosa que hasta dio pie a un documental (The slippers, M. White, 2008, accesible, en inglés, en Vimeo).

Una pareja de zapatos autentificados fue vendida al museo Smithsonian de Washington. Otro fue cedido en 2005 por otro coleccionista, Michael Shaw, al Museo Judy Garland de Minneapolis. Hubo desacuerdo sobre si guardarlos cada noche en una caja fuerte y pocos meses después fueron robados. La aseguradora sospechó una jugarreta del propio Shaw pero no pudo demostrar su delito y le indemnizó. La búsqueda no cejó. Incluso se buscaron en un estanque cercano, creyendo que el ladrón se desprendió ahí de ellas. No fue así

Este verano un hombre contactó con la aseguradora indicándoles que tenía información sensible. La empresa sospechó que él las poseía ilícitamente y contactó al FBI. El organismo no ha ofrecido más detalles sobre la resolución del robo.

El final feliz de esta batallita no presupone que sea la única concluida de ese curioso mundillo. Otros famosos objetos perdidos muestran la codicia de los fans o rozan el esperpento:

Uno de los trajes de Iron Man (Jon Favreau, 2008). Valorado en 325.000 dólares. Desaparecido en mayo de 2018.

- Dos vacas de fibra de vidrio a tamaño natural robadas durante el rodaje de Guerra Mundial Z (Marc Foster, 2013).

- El Aston Martin DB5 utilizado en Goldfinger (Guy Hamilton, 1964) Asegurado en 4,2 millones de dólares. Robado en 1997. Sin rastro a fecha de hoy.

- Los juguetes sexuales de una sex shop que aparece en una escena de Dolor y dinero (Michael Bay, 2013). Valorados en 75.000 dólares, desaparecieron antes del final del rodaje.

- Las Harley Davidson de Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). De las cuatro utilizadas en esta road movie se perdieron tres, y la cuarta superviviente tampoco es seguro que sea auténtica.

- El robot androide de Metropolis (Fritz Lang, 1927). No está claro si se destruyó accidentalmente, deliberadamente o si alguien lo distrajo para beneficio propio.

De las piezas no desaparecidas y más cotizadas, aquí va otro resumen:

Steven Spielberg compró en 1982 el trineo con la inscripción Rosebud de Ciudadano Kane. En 2014 se vendió el piano del Rick´s café de Casablanca por casi tres millones de dólares. En una subasta de la MGM en 1970 se vendió, entre otros objetos, un taparrabos utilizado por Johnny Weismuller en Tarzán. En otra subasta, de la colección privada de la actriz Debbie Reynolds, en 2011, se vendieron el traje de Marilyn Monroe que recibió un chorro de aire del metro (por 4,5 millones de dólares!), un equipamiento completo de Charlton Heston para Ben-Hur, un vestido de Audrey Hepburn para My fair Lady o uno de los emblemáticos bombines de Charlie Chaplin.

Esta fiebre coleccionista, rozando lo bizarro, obliga a repasar su origen. Cuando los cuartos de maravillas renacentistas se convirtieron en museos, la afición privada no decreció sino que se intensificó, ramificándose y comercializándose. Hasta el punto, en casos extremos que la afición deriva en pasión y adicción. La mezcla de ambas cosas, el valor que el mercado de coleccionistas de cine asigna a unas zapatillas, y la obsesión de un aficionado por obtenerlas a cualquier precio se intuye como el fondo de la rocambolescas idas y venidas del calzado. La suma de fetichismo y mercantilismo garantizan a este hobby, que puede rozar lo enfermizo, cuerda para rato.

Compartir el artículo

stats