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Cine

Las bicicletas son para la gran pantalla

Si las road movies aprovecharon temas de los westerns más nómadas, las bicicletas, por su cotidianidad y sencillez han sido un icono muy útil para el cine neorrealista pasado y presente, más algunas comedias y escenas memorables

Las bicicletas son para la gran pantalla

Cuatro filmes neorrealistas:

El ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948). Tiene un gancho dramático/comercial innegable con el coprotagonismo del niño, sin caer en el melodrama. Su gran merito es que muestra la crudeza de la posguerra con un acertado punto existencialista; las contradicciones del ser humano en sus muchas expresiones cotidianas, la sociedad, la familia, la ley, y nuestra capacidad o incapacidad para adaptarnos al empeoramiento de nuestra situación. Impresionante, todavía.

Muerte de un ciclista (J. A. Bardem, 1955). Los atropellos de ciclistas están al orden del día, más ahora incluso. Bardem partió de un suceso real de la época para meter el dedo en otras miserias humanas y logró sortear varios regates de la censura franquista. La historia cuestiona si el adulterio (a nivel moral) es un delito grave o sólo una falta; y el choque frecuente entre solidaridad e individualismo. Película con mucho suspense, reforzada por la gelidez de los paisajes y los claroscuros de la fotografía y las actuaciones de Lucía Bosé y Alberto Closas.

El niño de la bicicleta (Jean Pierre y Luc Dardenne, 2011). Los hermanos belgas Dardenne llevan más de treinta años hurgando en las miserias, las fosas sépticas del supuesto estado de bienestar europeo. Con un tono menos estridente que Ken Loach e igual efectividad e incisión. El argumento aquí va de una modesta peluquera que intenta ayudar a un chico de difícil carácter, semihuérfano al que los servicios sociales no logran poner el cascabel. La mujer, y una bicicleta, sí.

La bicicleta verde (Haifaa Al Mansour, 2012). De las naciones árabes del Golfo Pérsico sabemos que en muchos no se permite conducir a las mujeres. Esta película mostró a los occidentales que (¿muchos?) de esos países ni siquiera les conceden autorización para utilizar bicicletas. La cabezonería de una niña obliga a esos padres patrones a revisar su exacerbado machismo. Como en el filme anterior no se exagera el drama, sí un costumbrismo moderado y acertado.

Una comedia clásica y excelsa:

Jour de fête (Jacques Tati, 1949). Tati, con su alter ego Monsieur Hulot, alcanzó el parnaso de los humoristas mudos logrando que sus películas fueran mucho más que una suma de gags. Su protagonista es un saco de ingenuidad, cabezonería, ternura y perseverancia y, por ello, entrañable. Aquí se pone el uniforme de cartero rural en el día más festivo (el aniversario de la toma de La Bastilla) e intenta sin éxito adaptarse al ritmo más acelerado de los nuevos tiempos.

Nuestra dolorosa y nostálgica Guerra Civil:

Las bicicletas son para el verano (Jaime Chavarri, 1984). El galardonado libreto de Fernando Fernan Gómez refleja el complicado proceso de asimilación psicológica de un conflicto bélico por parte de los ciudadanos de a pie, ricos o modestos; y la creciente angustia cuando la guerra se alarga y recrudece. Ese es el interesante fondo; la bicicleta, un gancho para el título. La realización sigue el cánon del cine de esa época, sin brillantez ni excesos.

Inclasificable animación:

Bienvenidos a Bellville (Sylvain Chomet, 2003). Una solitaria señora, en los años 50, se empeña en que su nieto gane el Tour de Francia. El desafortunado ciclista acaba secuestrado en Nueva York y rescatado por su abuela con ayuda de unas octogenarias trillizas que se alimentan con ranas de cloaca. Aunque el argumento parezca disparatado, su desarrollo, los personajes, la mezcla de drama y comedia, la animación y un sinfín de detalles son geniales. Lo confirman nominaciones a dos Oscars, dos premios en Cannes y quince galardones más. Película extraña, muy gratificante para los espectadores más curiosos.

Pocas pelis más con este vehículo protagonista, excepto la no estrenada en España El ciclista (M. Makhmalbaf, 1987 -del autor de Kandahar) con trama neorrealista de migrantes afganos en Irán. Y en 127 horas (D. Boyle, 2010) una escapada solitaria de bicicleta de montaña y escalada acaba en cuasi tragedia.

Cribando escenas sueltas hay otro puñado de chispazos notables. En La suerte de Emma hay un gag antológico que mejor no desvelo. En Dos hombres y un destino, el bucólico paseo de Paul Newman y Katherine Ross con el pegadizo Rain drops keep falling on my head de fondo. En La vida es bella otra escena de felicidad familiar antes de caer en el averno nazi. En Cinema Paradiso el monaguillo simula una lesión para que Noiret le lleve en bicicleta. En la exitosa serie Stranger things los niños se mueven siempre por el barrio en sus ochenteras bicis. En Jules et Jim de Truffaut, un paseo de los adolescentes protagonistas con cámara muy nouvelle vague.

Y cierro, como no, con la secuencia más antológica, el vuelo nocturno de Elliot y E.T. con la luna llena de fondo.

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