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Shelley y Wollstonecraft

El lazo materno de una revolución

Una biografía doble indaga en las vidas conectadas de Mary Shelley y su madre, la escritora feminista Mary Wollstonecraft, que murió al dar a luz a la futura creadora de Frankenstein

El lazo materno de una revolución

El 30 de agosto de 1797 nacía la que 19 años después crearía uno de los mitos literarios más poderosos de todos los tiempos: Frankenstein. A los pocos días de dar a luz a Mary Shelley, su madre, Mary Wollstonecraft se apagó. Así se relata en el libro Mary Wollstonecraft, Mary Shelley escrito por la doctora en Historia y Literatura Charlotte Gordon sobre dos mujeres revolucionarias: "A pesar de sus esfuerzos por expulsar la placenta, la madre estaba tan exhausta que hubo que solicitar la asistencia de un médico, el cual se la extrajo, pero al no haberse lavado las manos introdujo sin querer los gérmenes de una de las enfermedades más peligrosas de la época, la fiebre puerperal. Diez días después fallecía la madre. El bebé, para sorpresa general, sobrevivió. A partir de entonces, y hasta el fin de sus días, lloró la muerte de su madre, de la que se consideraba culpable, a la vez que consagraba todos sus esfuerzos a preservar su legado".

Es, sin duda, uno de los nacimientos más célebres (y dramáticos) de la historia de la literatura. Y aún sigue siendo un dato poco conocido que la autora de un clásico de la literatura fantástica que cumple este año 200 años era hija de otra escritora que había roto moldes e indignado a los biempensantes con "Vindicación de los derechos de la mujer", una ataque frontal a las leyes y prejuicios injustos que ahogaban la vida de las mujeres en el siglo XVIII. "La biblia de la propagación de las rameras", escupió un periódico. La muerte prematura de Wollstonecraft, sostiene el libro, explica que varias generaciones de estudiosos no dieran la importancia debida a su influjo sobre la hija a la que no pudo educar, tratándolas como figuras sin engarce, "representantes de distintas posturas filosóficas, y de distintos movimientos literarios. En las biografías de Wollstonecraft, Shelley aparece en el epilogo; en las vidas de Shelley, Wollstonecraft es mencionada en las páginas introductorias".

¿Cómo es posible que una madre muerta a los diez días de dar a luz tuviera una influencia tan desmesurada sobre su hija?" Buena y necesaria pregunta. Y es que la influencia de la madre en la hija fue profunda: "Su radicalismo filosófico fue determinante para Shelley alimentando su empeño de ser alguien en la vida, y de crear una obra maestra por derecho propio. Shelley leyó y releyó durante toda su vida las obras de su madre, aprendiéndose muchos pasajes de memoria. En la casa donde pasó su infancia había un gran retrato de Wollstonecraft en la pared, que escrutaba para compararse con su madre, esperando encontrar similitudes. Su padre, y los amigos de este, consideraban a Wollstonecraft un dechado de virtud y amor, y entonaban elogios a su genialidad, su valentía, su inteligencia y su originalidad".

Influida por las ideas maternas, pues, y educada por un padre que no superó la pérdida de su mujer, Mary Shelley luchó toda su vida para tratar de ser la hija ideal de quien se fue demasiado pronto: "Reimaginaba el pasado sin cesar, y remodelaba el futuro en un esfuerzo, condenado al fracaso de antemano, por resucitar a los muertos, volviendo la vista hacia algo que jamás podría recuperar, pero que aun así trató de duplicar en tiempos bien distintos". ¿Acaso no es algo parecido lo que motivaba al doctor Frankenstein?

La hija no pudo influir en la madre, obviamente, pero la idea de la maternidad sí marcó su obra: "Casi todo lo que hizo estuvo enfocado en la generación siguiente, en soñar cómo podría ser la vida para sus sucesores, y en pensar cómo ayudarlos a heredar un mundo más justo. Sus primeras obras fueron manuales pedagógicos, libros sobre cómo educar a los hijos y sobre qué enseñarles, sobre todo a las hijas. Condenada por su propia época, se volcó en quienes vendrían después de ella, y halló un estímulo en los lectores que tendría después de muerta, sin llegar a imaginarse ni remotamente que uno de los más importantes sería la hija a quien dejó en el mundo".

Sin conocer a su hija, Wollstonecraft sí la tuvo muy presente al tenerla en sus planes para educar. Ambas lucharon para liberarse del dogal de la alta sociedad, ambas se esforzaron por fraguar un equilibrio entre la necesidad de amor y compañía y la de independencia. Y, enfrentadas a las críticas de la sociedad de su época, volcaron en su obra los asuntos más conflictivos de la misma: "Valientes, apasionadas, visionarias, infringieron prácticamente todas las leyes posibles. Ambas fueron madres solteras, ambas lucharon contra las injusticias a las que estaban expuestas las mujeres y ambas escribieron libros revolucionarios para su época".

Y es que para la mayoría de sus coetáneos "el concepto de los derechos de la mujer era tan absurdo como el de los de los chimpancés. De hecho estos últimos obtuvieron protección legal en 1824, veinte años antes de que se aprobase la primera ley que limitaba, pero sin prohibirla, la violencia contra las mujeres".

Viajemos en el tiempo: aquella sociedad ¿pensaba? que las mujeres eran "irracionales y débiles", educaba a las niñas para ser sumisas con sus hermanos, padres y maridos, si estaban casadas no podían tener propiedades ni pedir el divorcio, "salvo en casos muy excepcionales" y era legal que los maridos pegaran a sus esposas. Así que "no es de extrañar que tanto la obra de la madre como la de la hija fueran escarnecidas por la crítica. Sus coetáneos las ridiculizaban e insultaban, tratándolas de putas, y de cosas aún peores. Hasta por sus familias fueron rechazadas".

Wollstonecraft y Shelley, recuerda el libro, "capearon la pobreza, el odio, la soledad y el exilio, por no hablar de las ofensas cotidianas -insultos, chismorreos, silencios y desprecios-, para escribir palabras que en principio no debían escribir, y vivir como en principio no debían vivir". A Wollstonecraft la atacaron sin piedad durante casi doscientos años, "primero por ramera, y luego por histérica, una mujer irracional a quien no valía la pena leer. Esta difamación tuvo tal eficacia a la hora de debilitar los ideales de Vindicación de los derechos de la mujer, que hoy en día persiste en la retórica de quienes se oponen a los principios del feminismo". Por contra, a Mary Shelley "se la condenó por transigir en los valores revolucionarios de su esposo (el poeta Percy Bysshe Shelley), un genio, y de su madre, una mujer adelantada a su tiempo. Vista como una mujer que daba más importancia a su situación social que a las ideas políticas o a la integridad artística, fue desestimada como un peso pluma intelectual, cuya única obra importante estaba hecha con la ayuda de su marido".

Cómo cambiaron las cosas: ahora, en las antologías de la literatura inglesa "aparecen sus nombres en el índice antes de Dickens y después de Milton, con entradas tan importantes y tan sustanciosas como las de los varones de su generación". Cuesta imaginar al lector actual las dificultades a las que se enfrentaron. Ambas fueron, como diría Wollstonecraft, "proscritas". Escribieron libros que cambiaron el mundo y, además, "rompieron con las estrecheces que regían la conducta femenina, y no una sola vez, sino muchas, desafiando a fondo el código moral de su época. Su negativa a someterse, a amansarse y a rendirse, a mostrarse calladas y serviles, a pedir perdón y esconderse, hace que sus vidas sean igual de memorables que las palabras que dejaron. Proclamaron su derecho a decidir sus propios destinos, poniendo en marcha una revolución que aún no ha terminado". Dos pioneras inolvidables.

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