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Ocho fellinis y medio

Con el frenesí del siglo XXI Federico Fellini suena a prehistoria. En absoluto

Federico Fellini.

Este otoño se cumplirá un cuarto de siglo del fallecimiento de Federico Fellini. Dentro de poco repasaré también la filmografía de otro puntal cinematográfico del siglo pasado, Ingmar Bergman.

Comparación rápida: Ambos despegaron poco después de la segunda guerra; a uno se le asocia con filmes profundos (El séptimo sello, Persona, El manantial de la doncella), aunque realizó no pocas comedias (Una lección de amor) o dramedias (Fanny y Alexander). Del italiano se recuerda la vitalidad extravagante de Amarcord, La dolce vita, o E la nave va; sin embargo, tocó el el palo del drama, tragedia o tragicomedia con no menos maestría (La strada, 8 1/2, Los inútiles). En ambos se alaba el (supuesto) componente autobiográfico. Mas que abrirse en canal fueron muy hábiles captando anécdotas, acciones, sensaciones y sentimientos de gente de su entorno.

Y una diferencia (personal) mayúscula. Bergman fue un donjuan desatado (y respetado por ellas, conste en acta); Fellini encontró su media naranja en Giulietta Masina y no se separó de ella hasta su muerte.

Tras ese brevísimo apunte personal, parafraseando uno de sus títulos aquí va mi (particular) selección.

Los inútiles (I vitelloni, 1953). El cogollo de la película son unos adultos holgazaneando en una localidad de verano. Todos creen vivir en la dulce juventud. Todos están entrando en la treintena anclados a su tierra, su casa, sus familias, sus miserias cotidianas. Todos tienen sueños de escapar de la provincia y triunfar en la ciudad. El que menos lo hace, el introvertido, la mosquita muerta, es al final el único que tiene agallas para hacer la maleta y subirse al tren.

La dolce vita (1960). Aunque me crucifiquen, La gran belleza me pareció un fallido homenaje a este filme. Recuerdo a Mastroianni invitando al fotógrafo amigo, "Paparazzo!" (gracias a esta película el nombre propio se convirtió en sinónimo de la profesión). Engancha la película porque sus personajes se mueven en esa tierra media en la que estamos todos, no tan buenos o brillantes como nos creemos; no tan inútiles o vacuos como para ser unos miserables o fracasados.

Amarcord (1972). Nostalgia elevada al infinito. Recuerdos de la época de entreguerras, durante la dictadura fascista, en una localidad costera. Todos sabemos que los recuerdos infantiles se malean con el tiempo. Fellini convirtió esa distorsión en leitmotiv, caja de Pandora, piñata de sorpresas, risas y alguna lágrima. No soporta tan bien el paso del tiempo como otros filmes, pero sus grandes momentos mantienen la grandeza.

8 ½ (1963). Fellini acercándose al Bergman más introspectivo. Tanto (cuenta el anecdotario) que el propio Fellini durante el rodaje tenía siempre una nota a la vista que ponía ´Recuerda que es una comedia´. No lo es; sí un soberbio retrato de un director de cine en crisis, recordando el pasado para reencontrar el sentido de su existencia. Mastroianni una vez más se sale.

La strada (1954). Rogert Ebert vio en este filme la transición del cineasta desde el neorrealismo posbélico (El jeque blanco, Los inútiles, Luces de variedades o el guión de Roma, ciudad abierta) al cine extravagante que terminó de encumbrarlo. Esta película tiene un fuerte componente simbólico y un sustrato trágico, confrontando las desventuras de unos artistas ambulantes con la tiranía del protagonista. Soberbios, gracias y además del guión, Anthony Quinn y Giulieta Massina.

Las noches de Cabiria (1957). Una historia tan sencilla como una prostituta buscando el amor de su vida no es, en manos de Fellini, ni un drama demoledor ni un merengue tipo Pretty woman. Sí una Irma la dulce. Interesante, equivalente, la belleza y expresividad de sus dos protagonistas, Shirley Maclaine y Giulieta Massina.

El jeque blanco (1952). Debut de Fellini en la dirección, sátira flaubertiana, deliciosa comedia neorrealista sobre las desventuras de una pareja durante su luna de miel en Roma. Acompaña a la Massina otra leyenda del cine italiano, Alberto Sordi.

Y la nave va (1983). En su etapa final, más que decadente o deprimente Fellini se tornó desacomplejado. Esta película, además de fogonazos de surrealismo humano, nos recuerda, nos restriega, que el cine sigue bebiendo de las artes escénicas.

Ensayo de orquesta (1978). Una obra supuestamente menor con mucha retranca. Las rencillas que acaban provocando una huelga de músicos es metáfora de la política italiana. ¿Y de la Humanidad misma?

Concluyo. El mayor (imprevisto) éxito de Fellini fue lograr que su apellido se convirtiera en adjetivo, sinónimo de extravagante y fantasioso. Bebió y asimiló muchos ismos, neorrealismo, surrealismo, simbolismo, añadiendo un vitalismo que transmitió en persona y obra. Ese vitalismo, nada hueco, es lo que mantiene la pervivencia de su obra.

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