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Wagner y el cine

Wagner hubiera sido un gran compositor de bandas sonoras

Richard Wagner.

Dicen que la música de cine suena bien gracias a Richard Wagner (1813-1885), que ha influenciado poderosamente el tipo de sonidos que asociamos con la majestuosidad y la lucha entre el bien y el mal, gracias a la técnica del leitmotiv: los personajes siniestros o malvados vienen acompañados por los contrabajos y los trombones; los héroes aparecen junto a la trompeta y la cuerda, creando así un sonido viril; la heroína se identifica fácilmente gracias a los violines y las flautas. El dolor se intuye en una cuarta aumentada, la locura mediante el tritono. Buenos ejemplos del cine clásico serían la partitura de King Kong (1933) en la que Max Steiner incide en el contraste entre la chica (cuerdas) y el monstruo (viento y percusión) o Bernard Herrmann en Alma rebelde (1943), la dulzura de Jane Eyre frente al tortuoso tema de la atormentada mente de Rochester. También la música ayuda a identificar personajes a los que no les vemos la cara, como el derrotado y hambriento Ashley en Lo que el viento se llevó (1939), también de Steiner o la figura de Cristo, siempre de espaldas, en Ben Hur (1959), esta vez según una idea de Miklós Rózsa. No cabe la menor duda de que Wagner hubiera sido un gran compositor de bandas sonoras de haber conocido el cine, y quizás hubiera encontrado definitivamente la obra de arte total.

Wagner y el cine, editado en inglés en 2010 y traducido ahora por Juan Lucas y David R. Cerdán, es un conjunto de ensayos que analizan el impacto de la música de Wagner en la gran pantalla, algo más que unos helicópteros atacando una aldea vietnamita, una marcha nupcial o tener ganas de invadir Polonia al salir del teatro. Los editores de este volumen son Joengwon Joe, musicóloga y profesora de la universidad de Cincinnati y Sander L. Gilman, historiador y experto en cultura judía y antisemitismo. Entre los autores de los diferentes ensayos nos encontramos con un elenco de profesores, expertos en historia de la música, literatura germánica, arte y ópera, críticos y realizadores. El prólogo es de Tony Palmer, director de cine, director teatral y escritor.

El libro está estructurado en diferentes partes. La primera trata del cine mudo, con un pianista o la orquesta que improvisaba temas de acción, miedo o amor, hasta que aparecen los compositores de cine, como Gottfried Huppertz, encargado de la música de Los nibelungos (1924) y de Metrópolis (1927), ambas dirigidas por Fritz Lang.

En la segunda parte se describen las resonancias wagnerianas en las primeras décadas del cine sonoro, un mundo de dificultades técnicas por no interferir en el diálogo, diferente al canto operístico que se sobrepone a una orquesta. En este sentido destaca la tarea del ya citado compositor Max Steiner (1888-1971), de origen europeo como otros tantos, y ahijado de Richard Strauss. Otro capítulo abarca la ciencia ficción, género típico de la Guerra Fría, con los ejemplos de Dimitri Tiomkin en El enigma de otro mundo y de Herrmann en Ultimatum a la Tierra, ambas realizadas en 1951, y similares musicalmente hablando.

En la tercera parte llega el esplendor de Hollywood y el análisis de la banda sonora de Gladiator (2000), un pastiche de Los planetas de Holst y un homenaje a Wagner, aunque pocos espectadores lo perciban en la sala de butacas. En esta película del realizador Ridley Scott el general Máximo es la versión romana de Sigfried, y así se percibe en algunos compases que recuerdan El ocaso de los Dioses, aunque esta vez Hans Zimmer evita aprovecharlo directamente como había hecho John Borman en Excalibur (1981), con música original de Trevor Jones, y que fagocitaba al gran maestro del drama musical en los créditos finales.

Más ejemplos citados en la cuarta y quinta parte del libro: el preludio de Lohengrin utilizado por Chaplin en El gran dictador (1940), los dibujos animados de Bugs Bunny (1944) y el guiño a Tristán e Isolda de Herrmann en Vértigo, dirigida por Hitchcock en 1958. Los arreglos de Erich Korngold para Magic Fire (1955), una biografía de Wagner; Melodía interrumpida (1955), sobre la soprano Marjorie Lawrence, aquejada de poliomelitis; el reinado de Luis II de Baviera en Ludwig, película dirigida por Luchino Visconti en 1972, en la que los actores cantan y tocan mal a propósito para dar más realismo en algunas escenas. Una archiduquesa no tiene necesariamente buena voz, Wagner no era un virtuoso del piano y la orquesta que interpreta El idilio de Sigfrido está incómoda junto a unas escaleras y tocando a primera vista justamente el día de Navidad. Finalmente los amoríos redentores entre un director de orquesta y una diva en Cita con Venus (1991), del húngaro István Szabó.

Interesante el epílogo sobre el papel del ministro Goebbels en el cine de la Alemania nazi, cuando Wagner fue utilizado en los mítines, en los cumpleaños de Hitler, en los noticiarios y en películas propagandísticas. Fue preciso lavarle la cara tras la guerra y despojarle de según que connotaciones políticas. En Alemania Oriental se recordó, por ejemplo, que Wagner había participado en la Revolución de 1848 y así se programó sin dificultades de nuevo.

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