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Negra

Anatomía de un vacío

Ah Yi y Una pizca de maldad

Anatomía de un vacío

El cine policiaco, cierta literatura de género y la sección sucesos de la realidad nos familiarizan con la idea de que, en el campo del delito, el móvil es la madre de todas las batallas. Detectado el móvil de un hecho radical como puede ser el asesinato, el abanico de la sospecha se perfila y se clarifican los motivos desencadenantes de la acción. Si el amor no atiende a razones, el crimen sin duda las exige. Por ello, existen pocas circunstancias tan desasosegantes como la de hallarse ante una violencia sin porqué. Cuando Meursault en El extranjero mata al árabe en la playa, lo hace con una especie de delicadeza y con una ausencia de pasión que nos abruman mucho más que cualquier manifestación de rencor o de ira. Ser un asesino apático e indiferente propone una paradoja demasiado profunda, que a la postre se convierte en monstruosa. La ausencia de significado condena al estupor. Algo de ese pasmo nos asiste ante la burocratización del asesinato de masas, industrial, como ocurrió durante el nazismo, cuando algunos ejecutores del genocidio confesaron haber obrado sin odio, sadismo ni voluntad de infligir daño o sufrimiento, sino por sentido del deber, que es a menudo la justificación predilecta de quienes carecen de móvil.

El escritor c hino Ah Yi propone en Una pizca de maldad una variación sobre el personaje del asesino sin razón, remordimiento ni causa. Un muchacho de 19 años decide matar a una compañera de estudios por tedio. No intenta probar una teoría estrambótica acerca del superhombre. No persigue ningún beneficio de tipo sexual ni de carácter económico. No busca fama, notoriedad o revancha. Lo único que anhela es el alivio del tiempo: llenar sus horas con algo distinto a comer, dormir o defecar. La angustia del asesino es la angustia del hombre privado de sentido. Y su drama, duplicado, consiste en advertir que el crimen no otorga tampoco ninguna estructura. Al contrario. El silencio intolerable de la realidad, la evidencia de que nada ha cambiado allá fuera tras robar una vida, sólo confirma la carencia de sentido para el más radical de los gestos.

Ah Yi articula su lectura del crimen mediante la secuencia cronológica: antes, durante y después. Es el propio asesino quien narra su peripecia. Asistimos a la preparación del acto, a su ejecución y a sus consecuencias. Comprendemos que cualquiera puede ser una víctima. Acatamos la anomia del protagonista. Descubrimos el vacío sin culpa de una conciencia aburrida. El asesino huye tras cometer su crimen, pero lo hace sin convicción. De hecho, a la postre sólo desea ser atrapado, como si cualquier juego mereciera una pausa. Su fuga es apenas otra manifestación azarosa.

Novela sin trama y sin razones, novela sin moral ni pedagogía, Una pizca de maldad traslada las angustias del existencialismo clásico al enjambre contemporáneo chino. La mudanza de escenarios no redime de la sensación de familiaridad. No en vano, es una invariante humana la que aquí se interroga: el sinsentido.

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