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Cine

Pidiendo lo imposible

Medio siglo después, el legado del mayo del 68 es incierto. Fue más que un motín caprichoso de unos burgueses aburridos sin llegar a la categoría de revolución mayúscula. Por ese motivo, posiblemente, el cine le ha prestado escasa atención

Pidiendo lo imposible

En mayo de 1968 la economía estaba en un punto álgido con síntomas de desfallecimiento; Estados Unidos estaba enfangada en Vietnam (fue el año de la Ofensiva del Tet que casi los expulsa); Francia se lamía todavía las heridas de Indochina y Argel, y De Gaulle comenzaba a chochear; En Méjico y Checoslovaquia revueltas similares a la francesa fueron reprimidas con saña.

La agitación política o bélica suele retraer la creación artística. Los estudiantes franceses se concentraron más en la lucha anticapitalista y antiimperialista que en crear. Los hippies norteamericanos conquistaron una plaza fuerte e hiperactiva en cultura, San Francisco, pero el resto del país se mantuvo mucho más conservador de lo que aparentaba.

El cine de ese año fue muy ecléctico con chispazos de genio. Lo encabezaron las magistrales 2001 (S. Kubrick, ver mi artículo reciente) y La semilla del diablo (R. Polanski). También fue el año de la psicodélica Yellow Submarine (G. Dunning & The Beatles), el cuasi espaguetti western Cometieron dos errores (R. Post, con Clint Eastwood); las divertidas La extraña pareja (Jack Lemmon y Walter Matthau no dirigidos por Billy Wilder, libreto de Neil Simon) y Oliver (Carol Reed); y la histórica El león en invierno (A. Harvey).

Centrándonos en el tema del mayo francés, en el presente siglo dos realizadores muy conocidos lo han abordado semilateralmente.

Soñadores (B. Bertolucci, 2003) sigue a un estudiante americano que se hace amigo de unos gemelos franceses en las citadas fechas. Acaban desconectando de la revuelta y ensimismándose con los placeres físicos, encerrándose en una concha creyendo que maduran. Sin ser una película excepcional, acierta el italiano al fijarse más en las contradicciones de los adolescentes que en las del movimiento revolucionario.

Después de mayo (Olivier Assayas, 2012) la protagonizan unos jóvenes en los años posteriores aunque con inquietudes similares a las de Daniel Cohn-Bendit et al. Sin embargo Assayas no afina los personajes. Su pasotismo y brotes de acción son casi indolentes, y sólo tienen algo de verismo en la inmadurez propia de esa edad.

Otro tipo de revolución es el que retrata la película británica If? (Lindsay Anderson, 1968). El joven revolucionario (interpretado por Malcolm Mcdowell, en un papel precursor del de La naranja mecánica) alza las armas no contra el imperialismo o el capitalismo sino contra las injusticias del sistema educativo británico. Película aún muy potente e interesante.

Sobre el movimiento hippie, también colateral del mayo parisino, la película más representativa sigue siendo Easy rider (Dennis Hopper, 1969). Además de ser una de las mejores road movies de la historia, tuvo/tiene el mérito de no dejarse embotar por el humo de la maría o las fantasías del ácido. Sus protagonistas son dos moteros transhumantes (Hopper y Peter Fonda, coguionista) y un autoestopista (Jack Nicholson) borrachín clarividente. Los dos primeros trapichean y consumen droga, visitan una comuna pacífica, sufren un mal viaje de tripi durante el Mardi Gras de Nueva Orleans y acaban en la cuneta por dos payeses de escopeta fácil.

La conclusión obvia de este repaso es que ha ningún cineasta se le ha pasado por la cabeza emular un Octubre porque la revuelta parisina no fue tan crucial para la historia de la Humanidad como la rusa. Tampoco ha quedado en la nada, como pretenden (les gustaría) los carcas. Provocó un interesante rebrote de la izquierda en esa década, cuando la dictadura rusa les tenía amordazados pero Vietnam y la extrema derecha les espabilaron.

Respecto al movimiento hippie, Easy rider, como he dicho sigue siendo la película que lo resume. Jóvenes (de físico o espíritu) que buscaban mayor libertad y tolerancia se acaban topando con la cruda, cruel realidad de una sociedad mayoritaria cerrada y embrutecida.

Una película reciente me ha insinuado algo equivalente a lo que pudo ser la efervescencia del mayo francés. BPM (Robin Campillo, 2017) cuenta la lucha en los años 90 por dejar de estigmatizar el sida y la exigencia de juego limpio por parte de las farmacéuticas. Esas organizaciones (y Campillo contándolo más tarde) sí aplicaron el lema de ser realistas y luchar por lo imposible.

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