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Cine

Padrinos en contexto o sin subtexto

Cartel de la serie ´The sopranos´.

Por consenso de muchos críticos audiovisuales, Los Soprano y The Wire han sido dos de las mejores series de las últimas décadas.

La precuela anunciada de Los Soprano seguirá focalizada en Nueva Jersey, firmada por el mismo creador y director, David Chase, y aparecerán algunos personajes de la banda de Tony Soprano. La divergencia, grande, es que está ambientada en 1967 y el motivo central, más que andanzas de mafiosillos, es la recreación de unos disturbios raciales similares a los reflejados en la reciente Detroit.

La serie Los Soprano es ya imposible de prolongar por el fallecimiento del actor protagonista, James Gandolfini, hace un lustro. ¿Sigue vigente una década después de bajar la cortina? Sí, con algún pero. Su premisa argumental unió dos elementos poco frecuentados. Nueva Jersey es un pequeño estado que abarca todo el sur y el oeste de Nueva York. Con eso Chase se desmarcó de Martin Scorsese o Francis Coppola, padrinos, en sentido artístico, de la Gran Manzana. El segundo era que el jefe de la banda (Tony Soprano/Gandolfini) acudía a una psicoterapeuta para tratarse unos ataques de ansiedad. Chase encontró el punto exacto a esa trama y a toda la serie. Mostrar a unos mafiosos de medio pelo sin caer en la comedia burda y sin minimizar su actividad delictiva. Gente con rasgos corrientes, reconocibles, pero mejor no cruzarse en su camino. Gandolfini clavó el papel. Desarmaba con su sonrisa de niño travieso y asustaba cuando pegaba u ordenaba dar una paliza.

Esta serie roza la línea roja de frivolizar, condescender con las fechorías de ese tipo de bandas. No la traspasa, en mi opinión, aunque sí es cierto que despierta cierta empatía hacia algunos de esos criminales.

The Wire, creada por David Simon y cuya última temporada cumple una década, hizo un esfuerzo similar para esquivar la saturación de series y películas ambientadas en Nueva York. Está ambientada en Baltimore, ciudad 200 kms al norte de Washington. Simon conocía bien esa ciudad porque trabajó allí varios años como reportero criminal.

La serie da una visión global, picando hasta el fondo, de una ciudad, una sociedad, podrida hasta los huesos. Bandas locales de narcotráfico y otros crímenes violentos con vuelo suficientemente bajo para no despertar al FBI pero muy dañinas en su territorio, estibadores portuarios sin escrúpulos, policías corruptos, políticos incompetentes o codiciosos, y un sistema educativo incapaz de atajar ese sálvese quien pueda desde las raíces. El protagonista es un detective raso (Dominic West) con buen fondo, mano con las mujeres y excesiva querencia a ir por libre.

La adustez de esta teleserie limitó su éxito de audiencia en un primer momento. No abusa de la violencia pero llega a ser deprimente. Buscando un equivalente en cine sería la trilogía de El Padrino. Los Soprano, en cambio, es discípula del Martin Scorsese de Malas calles o Uno de los nuestros. Esta última sobre todo ha creado escuela para bien y para mal. Tutea, atrae al espectador con voz en off, diálogos afilados, temas pop conocidos o cañeros para algunas elipsis y latigazos puntuales de violencia.

Un ejemplo muy reciente de este formato es Barry Seal, el traficante (Doug Liman, 2017). El personaje, real, fue uno de los pilotos civiles contratados subrepticiamente por la CIA para importar droga de los cárteles sudamericanos y con sus beneficios financiar a la Contra, la guerrilla derechista nicaragüense. La película tiene un tono aventurero, casi festivo, que parece frívolo pero es en realidad irónico. El título original, American made, viene a decir que Estados Unidos ha sido (es) un nido de filibusteros.

En cambio la española Loving Pablo (F. Leon de Aranoa, 2018) yerra el tiro. Como indicó M. Vallés en este diario, pasa de puntillas sobre el fondo, las miles de vidas destrozadas por las drogas que produjo su organización. El retrato de Pablo Escobar es demasiado amable, sólo muestra puntualmente su carácter violento, rozando el sadismo, sus tics dictatoriales o su pederastia. Se resalta más su astucia y el amor a sus hijos.

La exigencia de profundidad y el peligro de tentarse por la ironía son fundamentales en este género. Por (leves) similitudes cierro lanzando un guante: ¿Qué tratamiento y tono merecería un biopic sobre Tolo Cursach? ¿Algún guionista/director voluntario?

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