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Henning Mankell

Adiós, inspector Wallander

Adiós, inspector Wallander

"Ahí empezó todo", se dijo Wallander, "empezó con un hombre inquieto". Un hombre inquieto que es el alto oficial de la Marina sueca Hakan von Enke, intachable en su hoja de servicios, a punto de convertirse en consuegro de Kurt Wallander por el matrimonio de su hijo Hans con Linda, la hija policía de nuestro policía sueco preferido. Años atrás, durante unas maniobras de la Armada en las que participaba, Von Enke había observado algo tan raro como una posible traición de sus superiores, quienes ordenaron abandonar la misión de hacer emerger un submarino soviético espía, ante la estupefacción de nuestro marino, cuya inquietud no ha dejado de crecer desde entonces, preocupado por la defensa militar sueca, por la política de Olof Palme y por dejar a su país endeble ante la amenaza que siempre viene del Este. Se lo comenta a Wallander en un acto social y, al poco tiempo, desaparece sin dejar noticia. Hay más: la esposa de Enke, Louise, también se esfuma al poco, para aparecer muerta y en posesión de documentos que la señalan como agente soviética. Wallander investiga, van saliendo nuevos personajes (una camarera de cierto bar frecuentado por altos mandos militares suecos, un amigo americano, compañeros de Enke, una hija del matrimonio reducida a una parálisis total€), va tramándose, pues, una novela de espías con todas las de la ley, hasta que Wallander ve la luz: "Detrás de cada persona siempre hay otra. Y el error por él cometido consistía en haber confundido quién iba delante y quién detrás". En efecto, "Lo habían engañado y él se había dejado engañar. Había seguido la pista de sus prejuicios en lugar de seguir la de la realidad. (€) Había mezclado la verdad y la mentira, había confundido la causa con el efecto, y al contrario". A partir de la iluminación, muy avanzada la novela, la urdimbre dramática da un vuelco y camina hacia su inesperado final, como es justo y necesario en las novelas de dicho género, las del gran Le Carré, las del enorme Graham Greene.

Pues bien, nada impide leer así El hombre inquieto, como una estupenda novela de espías, ambientada hoy pero con recuerdos de la guerra fría. Sin embargo, hay mucho más, servido por un Mankell que, a diferencia del tan adorado Stieg Larsson, no necesita recurrir a la truculencia y a la sangre manante para que sigamos la intriga. Hay pedazos de la vida sueca estremecedores, es decir, hay una disección de una sociedad en tremenda crisis, algo tan caro a Mankell y a Larsson, pero resuelto de modo tan diferente: a trazos como de fino bisturí por el primero; a brochazos por el segundo. Hay escenas de la vida familiar de Wallander: su hija le vigila con preocupación, tiene una nieta, su ex mujer Mona aparece atrapada en el alcoholismo€ Sí, podría pensarse que se trata de material de relleno, pero nada más lejos de la realidad. El hombre inquieto es un acabado ejemplo de una doble historia: la de espías y la del derrumbamiento total, irrevocable y final del bueno de Wallander, escoja el lector cuál le interesa más. Se va, ya lo anunciaba la solapa del libro (no soy un "spoiler"), para siempre el inspector cuyos pasos seguimos durante casi una docena de novelas. Se va para siempre jamás: no digo cómo, pues hay que llegar a la página 450 para saberlo, pero adiós, ay, Wallander, adiós para siempre.

La salud de Wallander no es buena: "Cada día tomaba no menos de siete pastillas diferentes, para la diabetes, para la tensión y para el colesterol. A él no le gustaba lo más mínimo, lo sentía como una derrota". Sabe que no puede hacer nada contra ello, pero le aterra el paso del tiempo: "Durante aquella época Wallander se paseaba por su casa como si de una jaula se tratase, como un oso encerrado incapaz de afrontar la realidad de que tenía sesenta años y, por tanto, iba inexorablemente camino de la vejez". Hace sus cálculos más pesimistas: "Su padre constituyó un misterio para él. ¿Sería él también un misterio para Linda? ¿Qué diría su nieta de su abuelo? ¿Sería para ella un sombrío y taciturno ex policía que, recluido en su casa, recibiría cada vez menos visitas, cada vez a menos gente? "Temo que así ocurra", se confesó Wallander a sí mismo. "Y me asisten todas las razones del mundo para tener miedo, pues en verdad no he apreciado ni cultivado mi amistad con los demás". No existe consuelo a su alrededor: "Últimamente tengo la sensación de estar rodeado sólo de muerte y de sufrimientos". Y, cada vez con más frecuencia, le asalta el vacío de la memoria: "Salió del coche y, súbitamente, se le ensombreció la memoria. Allí estaba, con las llaves en la mano. El capó caliente todavía. Una vez más, cayó presa del pánico. "¿Dónde había estado?""; más adelante: "De repente, no sabía adónde se dirigía y se vio obligado a mirar el billete para avivar su memoria. Después de la laguna de memoria tenía la camisa empapada de sudor. Una vez más, estaba conmocionado". Su vida camina hacia la desmemoria, hacia el alzhéimer, hacia el fin por extinción lenta y dolorosa. Hace recuento, antes de que sea demasiado tarde: "De pronto, vio el transcurso de su vida con toda claridad. Cuatro grandes momentos la conformaban. "El primero, el día en que me opuse a la voluntad de mi padre y a su actitud dominante y me convertí en policía", recordó. "El segundo, cuando maté a un semejante en acto de servicio y pensé que no podría seguir, pero al final decidí continuar en mi profesión. El tercero, cuando dejé el apartamento de Mariagatan, me mudé al campo y me hice con Jussi [su perro]. Y el cuarto quizá sea el día que acepté por fin que Mona y yo no volveríamos a vivir juntos. Ésa es, sin duda, la más dura de mis experiencias. Pero... elegí, no me he pasado la vida deseando y dudando para, un día, comprender que pasó el tren y que ya es demasiado tarde. Y yo soy el único responsable".

Deberíamos incrementar todos el club de fans, existe, de Wallander o de Mankell, ese testigo de cómo la sociedad perfecta sueca (el modelo de la sociedad occidental) no es perfecta, está preñada de horror.

Deberíamos haber pedido al autor que nunca hubiese escrito ese funesto párrafo de la página 450, que lo retirase en futuras ediciones. Pero nada hay que hacer. En medio de una novela de espías, Wallander se ha ido definitivamente al frío.

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