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Cine

Tormentas perfectas, películas imperfectas

A la reciente película ´Everest´ le ocurre lo mismo que a ´La tormenta perfecta´. Situaciones límite con el marchamo de basarse en hechos reales no bastan para asegurar una gran película. Y muestra que el cine sigue en deuda con el alpinismo

Imagen correspondiente a la película ´Everest´, de reciente estreno.

Arranco con una sinopsis: dos grupos de alpinistas, liderados por guías rivales, se disponen a coronar la cumbre del Everest. Los meteorólogos pronostican una inminente tormenta. Los responsables de cada grupo creen que tendrán el tiempo justo de tocar la cima y descender con seguridad gracias a las cuerdas fijas instaladas. El exceso de confianza o de rivalidad se vuelve en su contra. La tormenta les alcanza, y con tal virulencia, que los atrapa a todos. El descenso se torna apocalíptico. Se montan grupos de rescate con sherpas y alpinistas que había por la zona pero no pueden evitar un saldo de doce muertos y varios montañeros con secuelas de por vida.

Esta tragedia es real. Ocurrió en 1996 y ha provocado ríos de tinta. El mejor ensayo, con diferencia, es Mal de altura, de Jon Krakauer. Lo es porque, además de ser apasionante, Krakauer, periodista de profesión, estuvo ahí, en el ojo del huracán. Aún así su visión no es imparcial. Tuvo una agria polémica con el alpinista ruso Anatoli Boucreev porque este se negó a colaborar con las partidas de rescate.

La reciente película Everest se basa en ese ensayo. Si la historia es apasionante, la película ha caído en el mismo error que muchísimas películas de acción: el conformismo. Refleja los conflictos más primarios, naturaleza desatada y hombres valerosos luchando por su supervivencia y sacando lo mejor y peor de sí mismos.

Olvida o minimiza la película muchos matices del contexto. El principal, que el Everest se ha convertido en un parque temático. Muchas de las víctimas no eran alpinistas. Eran gente adinerada, con experiencia mínima o nula en alta montaña que tuvieron el capricho de ponerse la medalla. Recurrieron a empresas de guías profesionales buscando eso: subir a cambio de una fuerte suma de dinero. Les apoyaron con un ejército de sherpas, barra libre de botellas de oxígeno (con esa ayuda es como si caminaran siempre a nivel del mar, los puristas lo consideran una adulteración de la actividad) y asegurados desde el campo base hasta la cima. O sea, el mismo riesgo que en un parque temático. Hasta que llegó la tormenta.

La película por tanto convierte en cuasi héroes a un puñado de caprichosos y a unos guías que ponían cada vez más bajo el listón de los requisitos físicos o de experiencia de sus clientes. Fue una tormenta perfecta. Gente inexperta o confiada desafiando a una señora naturaleza que no entiende de pedigrís o enchufes.

Exactamente como el libro de ese título (de Sebastian Junger). Y a la película Everest le ocurre igual que a la adaptación del libro sobre la tragedia marina. El libro de Junger es otro ensayo impecable, documentadísimo y apasionante. La película recoge un par de batallitas de los marinos, renuncia a mostrar matices de los personajes y suple el plano guión con efectos especiales.

Ninguna de las dos películas pasará a la historia. Everest -regreso al cine y las montañas- es sólo ligeramente superior a Límite vertical (Martin Campbell, 2000) o Máximo riesgo (Renny Harlin, 1993, protagonizada por Sylvester Stallone).

Echando la vista aún más atrás, hay una curiosa película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en 1975, The Eiger Sanction (en español tiene un título insulso, Licencia para matar). No es una película pura de montañeros, sino una enrevesada historia de suspense con alpinistas de figurantes. Pero acaba en la mítica pared norte del Eiger y tiene su puntillo.

Mirando muchísimo más atrás sí que hay una gran película. La luz azul, dirigida, coescrita y protagonizada por Leni Riefenstahl. La (posteriormente polémica) mujer teutona muestra su pasión por la montaña y comienza a mostrar un don como cineasta, que confirmó en sus posteriores obras maestras (en valores cinematográficos únicamente), El triunfo de la voluntad y Olimpia.

Para los amantes del alpinismo, cierro recomendando un libro y el excelente documental que lo adaptó: Tocando el vacío de Joe Simpson. A dos montañeros, en los Andes, les separa un accidente en altura. La peripecia de uno de ellos por sobrevivir con una gravísima lesión pone la piel de gallina.

La literatura de montaña, tanto en ficción como ensayos, tiene sobradas obras de gran interés. El cine no acaba de empatizar con esa actividad. ¿Pasará esa nube?

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