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Narrativa

Un cuarto propio y extraño

Cristina Fernández Cubas, en una visita a Mallorca.

Siempre es una buena noticia la reaparición de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) en el género que ha franquiciado en la literatura española de las últimas décadas, el cuento. Para ser reconocida como la cuentista por excelencia de nuestras letras, con permiso de Ana María Matute, no es que a su trayectoria le falten otros géneros (novela, memorias, teatro), ni que su producción cuentística sea muy voluminosa, pues con este hacen la media docena sus libros de cuentos, ni menos ni más. Tal vez la vitola de gran dama del cuento se la siga ganando por la singularidad de su apuesta.

De las tres grandes direcciones del cuento moderno, Poe, Chejov y Schwob, optó y no se ha separado del primero, el modelo hoy más desusado o desprestigiado: narración pura, suspense unívoco y desenlace catártico, en atmósferas góticas de amenaza sobrenatural. Quizá no seríamos capaces de situar uno de los suyos entre los diez mejores cuentos de la literatura española contemporánea (no pocos serían de novelistas), y quizá no haya aportado mucho a la renovación del género; pero es que en eso, en seguir jugando al mismo número, radica la insolencia y el éxito de su apuesta. Como quiera, no abundan en las letras españolas ejemplos semejantes de una trayectoria cimentada sobre el cuento.

En este libro, Fernández Cubas vuelve a sus temas y ambientes, con el talento de siempre: descubrirnos que ya conocíamos y habíamos leído mil y una veces las situaciones y desenlaces; pero solo en el preciso momento de haber concluido, y nunca antes. Hemos vuelto a caer en el truco, único y siempre distinto. Mientras tanto, gozamos el deleite del miedo y el placer del sobresalto. Y esto se hace cada vez más difícil en el territorio acotado y hollado en el que elige moverse la autora, el del miedo de gusto victoriano, de niños sensibles a percibir lo que el orgullo racional impide a los mayores, de aparecidos, dobles, puertas cegadas y espejos con fondo.

Y, sin embargo, la cuentística de Fernández Cubas, esa apuesta valiente, logra una vez más su gran mérito, que es no levantarse de la mesa conforme con la ganancia maquinal del miedo y sus resortes, sino subir el envite hasta la verdadera literatura de densidad de situación y profundidad psicológica, donde Chejov aparece ahora invocado. La sorpresa final siempre es aquí lo de menos, y el comienzo de algo más.

La premisa para esto es que el libro se organice como unidad más que como simple conjunto. El orden de estos seis cuentos dice tanto de ellos como su historia, aunque para ello tenga que haber algunos de transición, como acaso son "Hablar con viejas" y "La nueva vida", que condicionan la expectativa y el sentido de los que les siguen. El que abre el volumen y le presta el título está entre los mejores de la autora, y recuerda a uno de sus primeros relatos, el magistral "La ventana del jardín", reunido en Mi hermana Elba (1980), en su protagonismo infantil, en la maliciosa apelación a la suspicacia del lector, y a revelarle a través de ella lo peor de sí mismo: la estigmatización del diferente, la demonización del otro. Un cuento que resuena tras el final en dimensiones ulteriores, hasta la torturada mente de una niña especial. Como en los demás relatos, lo sobrenatural es ante todo un anhelo primario sintomático, que al fin parece ceder el plano a la psicología: historias familiares donde los fantasmas resultan las pasiones. O no... Con La habitación de Nona, Fernández Cubas vuelve a moverse en el cuento como en un cuarto propio,tan familiar como poblado de extraños rincones y pasadizos.

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS

La habitación de Nona

TUSQUETS, 186 PÁGINAS. 17 €

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