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Tinta fresca

Días de acero

´El cuaderno húngaro´, la prosa lenta de Carlos Ollo Razquin

A Carlos Ollo Razquin nunca le han preguntado qué es para él escribir. Ni tampoco cómo escribe, ni por qué lo hace. Y es importante saberlo para entender algunas de las claves ocultas de El cuaderno húngaro, dos excelentes "nouvelles" situadas en el infierno de represión y acoso tras el Telón de Acero que se escapan de las corrientes habituales en la narrativa española. En primer lugar, estamos ante un autor lento que protege sus palabras de las prisas. "Me cuesta sentarme a escribir aunque tenga la necesidad de hacerlo. Es paradójico que, por un lado, la historia que me ronda la cabeza y que llega a invadir mis actos cotidianos me impulse a escribirla y por otro lado necesite un gran esfuerzo para sentarme ante el ordenador y las ideas fluyan". De ahí que las primeras frases sean siempre "dolorosas y solo al cabo de un tiempo surgen espontaneas. Tampoco puedo escribir durante muchas horas seguidas, lo que provoca que un texto se prolongue en el tiempo y me cueste mucho terminarlo".

Bien: ahí tenemos una explicación de por qué su prosa es tan meditada y esté desprovista de abalorios innecesarios: la palabra como dardo, lo esencial como diana. A eso hay que añadir la búsqueda de una cadencia que no admite injerencias y que tiene mucho de orfebrería: "A veces me autoimpongo plazos, pero paulatinamente me doy cuenta de que cada historia requiere su tiempo y acabo dejándome llevar por el ritmo que ella misma me marca porque al cabo me doy cuenta de lo absurdo de esa prisa".

Encarar la literatura así tiene mucho de sacrificio, de parto con dolor. ¿Por qué darle luz? "Solo intuyo la respuesta. Tan solo llego a comprender que los libros, o más concretamente las historias, son un asidero. Me han acompañado desde siempre y son una tabla de náufrago a la que agarrarse cuando las cosas vienen mal dadas. Quien haya vivido la sensación de sumergirse en un libro y no querer salir de él y volver al exterior inclemente comprenderá lo que digo. Como le sucede a Ilona, el personaje protagonista de la segunda parte de El cuaderno húngaro, la salvación está en los libros y esa necesidad de vivir en ellos se prolonga a veces en la necesidad de escribirlos. Alguien llama a mi puerta y pide que su historia sea contada. Y como si fuera un caso de posesión no cejará hasta que bien o mal lo haya hecho".

La necesidad de escribir. La literatura necesaria, urgentemente pausada. "En este momento alguien llama insistentemente para que le haga caso. Yo me resisto porque no quiero defraudarle, ya conté una vez su historia y acabó en un cajón desechada porque no supe darle forma. Le saco mil excusas y le prometo que en seguida le haré caso, porque sé que me esperan momentos de zozobra y una larga travesía hasta que consiga llegar a puerto. Al final, a pesar de los pesares, la satisfacción de ser capaz de contar una historia y de que alguien la lea y te diga que le ha emocionado o incluso se ha visto reflejado en ella, esa satisfacción recompensa el esfuerzo y explica por qué escribo". Y El cuaderno húngaro, doy fe, emociona. Ábrase el cajón.

CARLOS OLLO RAZQUIN

El cuaderno húngaro

MEETTOK, 176 PÁGINAS, 15 €

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