El término wanderlust remite en inglés a la pasión por el movimiento, el anhelo de exploración del mundo, el afán de vagabundeo. Aunque proteica, su constelación de significado resulta diáfana. Infectados de wanderlust, hombres y mujeres de distintas épocas se han echado a los caminos para fatigar sendas, abrir territorios y, a la postre, descubrirse a sí mismos. Si el viaje es el viajero, Rebecca Solnit ha reconstruido en Wanderlust la peripecia cultural y biológica, el entramado económico, político, sociológico, ético y estético de tantos recalcitrantes andarines. El subtítulo de su ensayo, Una historia del caminar, nos pone (nunca mejor dicho) sobre las huellas de este testimonio vital, que a menudo esconde una declaración de principios.
Reflexionar sobre un hecho tan cotidiano como es caminar provoca en el lector un feliz y doble reconocimiento. Por un lado, es imposible no empatizar con lo narrado, pues el bipedismo es una de las características diferenciadoras de nuestra especie; por otro, descubrir la historia de esta actividad tan obvia como a menudo ignorada nos abre a un conjunto de ideas, experiencias y reflexiones extraordinariamente sugestivo. Solnit acude para ello al acervo que el Homo sapiens ha venido consolidando desde hace millones de años, y junto a la reflexión evolutiva acerca del hecho físico del caminar erguido, en su libro hallan espacio consideraciones que exceden el orden anatómico y/o biológico para indagar en las muchas facetas que un suceso aparentemente neutro como es caminar posee.
El resultado es un cóctel en que se dan la mano la literatura y la historia de las mentalidades, el arte y la ciencia, la revolución y la reacción, el robinsonismo y la solidaridad, el fanatismo y la excelencia. Exploradores, aventureros, pacifistas, artistas, filósofos y peatones anónimos fecundan estas páginas con sus logros, luchas y récords. De Wordsworth como caminante legendario a Peregrina de la Paz como caminante heroica, de las diferencias entre el espacio rural y el espacio urbano como marcos para la caminata, de las consideraciones de Baudelaire y Benjamin acerca del flâneur a la reivindicación del caminar como acto subversivo contra los poderes que fragmentan y se apropian del mapa, del París de Los miserables como dédalo revolucionario con sus callejuelas tortuosas al París de Haussmann como ámbito abierto y aparentemente blindado a las revueltas con sus bulevares y avenidas, Solnit recrea un mundo fascinante del cual todos, mal que bien, podemos sentirnos actores.
Así, su estudio evidencia que caminar no es algo indiferente, aséptico o desprovisto de implicaciones. A este respecto, los capítulos que dedica a la (re)conquista de los espacios públicos como lugares de pugna, actuales ágoras de la democracia representativa, no se pueden situar al margen del hecho de que, en los últimos decenios, la calle se ha convertido en un ámbito ya no de tránsito, sino en un teatro de actuación y ocupación política que excede con mucho cualquier mitología a la carta. De todo esto, y de tantas otras manifestaciones del caminar, da cuenta este libro notabilísimo, exultantemente democrático.
