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Memorial de denuncias y esperanzas

Comentábamos la muerte de Gunter Grass y que El tambor de hojalata fue pesadilla casi juvenil por la compleja metáfora central del protagonista, Oscar Matzerath, niño que había dejado de crecer a los tres años, cuando su madre le regala el poderoso tambor rojo y blanco, y cuyos delirios daban cuenta de una época, la de la segunda Guerra Mundial, que fue dolor y exterminio, y hablábamos de sus tiempos siguientes de sanatorio psiquiátrico desde donde podía seguir viendo la historia. Y recordaba la imagen del niño lanzándose con su tambor a la fosa del padre y la imagen posterior de su desarrollo físico en el desequilibrio, y me comunican que ha fallecido en la madrugada americana Eduardo Galeano. Dos muertes así casi en un mismo día son muchas muertes. Galeano aparte fue persona a la que conocí algo y leí por devoción profesional e ideológica.

¿Cuándo leímos Las venas abiertas de América Latina? Desde luego, de la década del setenta, casi al final, conservo alguna nota y referencia de un libro que fue casi manual de formación para otra visión sistemática de la historia del «continente mestizo» que diría Mario Benedetti, amigo y compatriota uruguayo de Galeano. También, los tres volúmenes del Memorial del fuego fueron lectura, ésta sí muy sorprendida, anotada y agradecida, de la tradición histórica de América, al entrelazar Galeano poco académicamente historia y mito en fragmentos que nos devolvían una posibilidad literaria de comprensión de lo acaecido en el continente expoliado por el dominio extranjero y por las propias oligarquías.

Era la tradición cultural sobre todo la que, sujeta a datos y a invención en la literatura, sustentaba episodios duraderos. Recuerdo siempre en el primer Memorial del fuego aquel breve cuentecillo de Sor Juana Inés de la Cruz, en el interior de una intensa serie sobre la misma, cuando ésta deambula con su abuelo por el mercado de los sueños, y ayuda al anciano, que no puede soñar, a elegir sueños «de mazapán, o de algodón, alas para volar durmiendo», con lo que, al marcharse de los puestos de venta, van los dos «tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance». La ternura puede construir metáforas para explicar una tensión literaria que a veces resulta inexplicable. Y centenares de episodios breves, irresumibles, pueden dar cuenta de la cultura y la historia, junto a la tragedia y la explotación.

No le perdonaron algunos a Galeano que, desde Las venas abiertas de América Latina (pasando por El libro de los abrazos, La canción de nosotros, Días y noches de amor y de guerra, etc.) pusiera su literatura, su tensión periodística y creativa, al servicio de la realidad. Repitió alguna vez aquel verso de Blas de Otero, al que había leído durante su exilio en Argentina y España, «No dejan ver lo que escribo/ porque escribo lo que veo». La dictadura uruguaya lo persiguió y las dictaduras latinoamericanas prohibieron sus libros. Luego, hubo otros perseguidores como Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa que lo insultaron, junto a Benedetti y a otros, en un episodio lamentable de 1986 que no vale la pena ni recordar.

Construyó en su literatura denuncias y esperanzas y recorrió en cualquier caso con dignidad personal y literaria tiempos difíciles. Hoy seguro que estará junto a Mario Benedetti esperando el próximo partido de fútbol del Nacional y el Peñarol para gritar los dos animando al primero.

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