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Coaching

A una conversación de distancia

A una conversación de distancia

Hace unas semanas tuve un conflicto con una persona a la que quiero mucho. En medio de la discusión esa persona se levantó, declaró que no podía seguir y se fue. En mi experiencia como coach, una enorme cantidad de problemas están tan solo a una conversación de ser resueltos. Una petición no hecha, una duda no aclarada, un daño no expresado, una decepción callada, un perdón no pedido, un agradecimiento no dado, un conflicto pasado no resuelto, un compromiso pospuesto...

A veces esa conversación es con otra persona, otras veces es una conversación con uno mismo.

Son conversaciones que a menudo evitamos por miedo o por orgullo. Miedo a parecer incompetente, miedo a que el otro se enfade, miedo (orgullo) a mostrarnos vulnerables, miedo (orgullo) a reconocer un fallo, miedo a que nuestra autoestima se derrumbe...

No tener esa conversaciones puede tener un enorme coste en forma de resentimiento, degradación de las relaciones, deterioro de nuestra autoestima o frustración al no ver cumplidas nuestras expectativas.

Si hay algo en tu vida que te inquieta, te enfada, te entristece... te invito a que te preguntes ¿que conversación me está faltando tener?

Sin embargo, de la misma manera que hay personas que posponen a perpetuidad esas conversaciones que necesitan, hay personas que son incapaces de aplazarlas.

Cuando, en mi historia, la persona con la que discutía se levantó y se fue, me tocó a mí afrontar una situación que me reta, pues dejar conflictos abiertos me cuesta. Me reta muchísimo aplazar conversaciones pendientes a momentos más propicios.

Ello también puede tener un enorme coste, pues hay conversaciones que no pueden tener éxito en cualquier contexto aquí y ahora.

Son conversaciones difíciles, que requieren un lugar cómodo, tiempo, una disposición emocional adecuada, mucha empatía (y autoempatía) un ego tranquilito que no nos boicotee, una buena dosis de conciencia de nuestras propias necesidades y un objetivo bien pensado, lo que implica prepararlas. Es por ello que a veces es bueno que esas conversaciones se produzcan bajo la facilitación de un profesional capaz de propiciar las condiciones adecuadas y ayudar a los conversadores a poner en juego lo mejor de sí mismos.

Si te enfadas con alguien y en un estado emocional lleno de rabia, en medio de un pasillo, sin tener muy claro qué pretendes conseguir y con un montón de juicios acusatorios hacia el otro, te dispones a tener una conversación con aquel con quien estás enfadado, es muy probable que esa conversación fracase.

Si no puedes esperar a estar con la persona con la que necesitas conversar y tienes esa conversación con un tercero que no tiene responsabilidad alguna en el asunto, es posible que en lugar de apagar tu resentimiento lo alimentes y lo hagas crecer. Las conversaciones pendientes son pendientes porque deben producirse. Pero tan contraproducente puede ser evitarlas como precipitarlas.

Requieren el valor para tenerlas y la templanza para sostenerlas hasta disponer del momento adecuado para abordarlas. Esto segundo implica que quizás pasan unos días con sus respectivas noches desde que nace la necesidad de tener la conversación hasta que se tiene. El reto es poder dejar pasar esos días sosteniendo las emociones ingratas sin que ello provoque sufrimiento. Ser capaz de apartar el tema, poder disfrutar de otros espacios de la vida, poder preparar la conversación con templanza y lucidez y, luego, tenerla.

En mi caso, acepté ese reto, seguí disfrutando de cosas maravillosas de mi vida y, pasada una semana, tuve esa conversación pendiente que felizmente se resolvió muy satisfactoriamente.

Las conversaciones son, en la mayoría de casos, la forma de llegar lugares a los que queremos llegar. Evitarlas nos priva de acceder a esos lugares y precipitarlas nos aleja de ellos.

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