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El reportaje

Un tesoro para vestir la casa mallorquina

Con tesón y amor por el patrimonio, Manel Domènech y Carme Vázquez han reunido una ingente colección de antigüedades decorativas del hogar

La colección Domènech-Vázquez de cerámica y arte decorativo, creada durante décadas y desde la modestia por una pareja formada por un maestro de escuela y una restauradora, se ha convertido en un manantial de piezas de gran valor histórico del que se nutren instituciones públicas de Mallorca para espacios museísticos y exposiciones temporales.

"Ahora en Palma ya casi no quedan casas con desván, esa zona en la que se acumulaban los muebles viejos y objetos en desuso que sobraban tras haber renovado mobiliario, y esa era una fuente inagotable de piezas que después circulaban en anticuarios, restauradores y, como no, en el baratillo de Palma". Esa añoranza que expresa Manel V. Domènech -coleccionista, recolector de objetos, o, simplemente, 'baratillero', como le gusta calificarse- le sirve para explicar las dificultades que hoy en día existen para encontrar el tipo de piezas que él persigue desde hace décadas. Pero a pesar de esos obstáculos, no cesa en el empeño y sigue en ruta permanente recorriendo mercadillos de ocasión de media Mallorca para engrosar una colección privada que, según muchas voces expertas, se sitúa como una de las más destacadas en antigüedades decorativas de hogar en la isla.

La llamada colección Domènech-Vázquez tiene otro pilar fundamental para entender el valor acumulado en estos años, y es que al buen ojo rastreador de Manel hay que unirle el papel de su mujer, Carme Vázquez, reconocida restauradora de arte, lo que conforma una dupla de alto potencial. "Hay piezas muy interesantes que coleccionistas las desechan porque el coste de la restauración superaría su precio -apunta Domènech-, y en eso, con la buena mano de Carme, hemos tenido una gran ventaja". Esa acumulación de objetos se ha llevado a cabo, según sus impulsores, en base a algunos criterios éticos que también subrayan, y es que nunca han pujado por piezas que a todas luces provienen de robos, y eso aseguran se suele notar cuando aparece un vendedor novel y con excesivas prisas. Otra norma que siguen es que no les gusta desvestir casas, es decir para conseguir una colección de baldosas no pedirían jamás que se arrancaran de sus paredes.

Uno de los secretos que desvela Domènech es que el buen ojo y el olfato para cazar la pieza más preciada entre una selva de objetos amontonados se entrena con años de paseos con el detector mental siempre conectado. Por ejemplo, recuerda la rehabilitación de esa Palma "que antes era 'el barrio' y ahora se le llama Casc Antic", cuando se realizaban las demoliciones de sa Gerreria y mucha baldosa acababa rebosando en contenedores, "aunque con el tiempo cada vez hubo más albañiles espabilados que se reservaban las buenas piezas para vender por su cuenta". O en tiempos de las obras de excavación en el centro para la recogida neumática de basuras, "a la hora de la merienda de los trabajadores yo merodeaba por allí con una bolsita de plástico, y entre los montones de tierra que se lanzaban como escombros pude salvar valiosas piezas de cerámica. Era cuestión de tener suerte". También aumentó su frecuencia de paseo por Dalt Murada, desde la Calatrava hasta la Seu, cuando se efectuaban canalizaciones para renovar el pavimento. Otro golpe de suerte fue por ejemplo encontrar hace unos cuarenta años una joven estudiante de buena familia que había decidido vaciar la vieja biblioteca de la casa de sus padres, y entre la montaña de libros estaba una primera edición de la Pepa, la Constitución española de 1812.

"A la hora de entender el valor de muchas piezas y muebles de las casas mayores de Mallorca hay que tener en cuenta que somos un territorio que no ha vivido guerras que provocaran saqueos y quemas en los últimos 200 años, lo que permitió que hasta hace poco tuviéramos grandes casales vestidos como siglos atrás. Pero eso ya es historia, porque ahora podríamos enumerar que quedan las últimas seis o siete casas sin tocar". Otra cuestión es que, según esta pareja de coleccionistas, actualmente las antigüedades no están de moda, "nadie quiere cosas viejas, y es curioso porque hace años ya pasó, pero después volvió a moverse el mercado. Por ejemplo, por las vánovas de cama se pagaron auténticas fortunas y, ¿qué valor tienen ahora?".

Carme Vázquez vio nacer si afición por el análisis de objetos antiguos en edad adolescente, cuando en el instituto se creó un grupo de espeleología y a ella le correspondió la tarea de recopilar, limpiar y analizar los tiestos que iban encontrando en sus salidas. Y así, limpiando esas piezas, entró en contacto con un Museu de Mallorca en el que coincidió con una generación de ilustres, con Elvira González, Magdalena Riera, Jaume Coll, Ramón Canet o Joana Maria Palou. De allí, su siguiente paso fue entrar como aprendiza en el taller de Federico Soberats, un maestro de la restauración en aquella Palma en la que todavía existía una red de gente de oficio del arte, en mobiliario, tapicería, doradores o profesionales de las tallas. Vázquez siguió trabajando con su maestro cuando él entró como restaurador en el Museu de Mallorca y hasta su jubilación.

La afición de Manel V. Domènech por frecuentar el baratillo palmesano y comenzar a 'entrenar el ojo' también vio la luz de muy joven, ya que desde la infancia siempre merodeó por sus puestos de venta. Su abuela regentaba el bar sa Punta, esquina de la calle Manacor con Foners, y su madre también trabajaba allí, así que aquel niño comenzó a encariñarse con objetos del baratillo, aunque recuerda que tenía que ir con mucho cuidado para no recibir reprimendas maternas por acumular un exceso de cosas. Ese entretenimiento persiguió al baratillo aunque cambiara de ubicación, ya fuera en la Porta del Camp, plaza del 'tubo' o en el polígono de Llevant.

Las primeras colecciones 'serias' de Domènech, como muchos coleccionistas, fue la de sellos y monedas, pero su nivel pasó a una fase superior cuando comenzó a trabajar como maestro en la escuela del Capdellà y alquiló una casa allí. La posibilidad de contar con más espacio fue el mejor aliado para dar rienda suelta a su afición y pudo sumar innumerables piezas a su recopilación. Y bien pudo comprobar lo mucho que había acumulado cuando, once años después, tuvo que dejar el inmueble y para desprenderse de muchos objetos regresó a sus orígenes 'baratilleros' y empezó a revenderlos allí. "La idea era quitarme trastos -confiesa Domènech-, pero la realidad fue muy distinta, porque vendí mucho, pero al estar allí en medio, también compré mucho".

La colección completa, de cientos y cientos de piezas, no incluye solo compras del baratillo, sino que con el tiempo entran en juego anticuarios, subastas y ferias de arte. La lista sería larguísima tanto por las épocas como por la historia que lleva aparejada esa adquisición, o por el uso original de los utensilios. Encontramos cerámica mallorquina de La Roqueta, porcelana de Manises, vajilla de Alcora, platos de Compañía de Indias, imágenes del taller del Mestre de las Verges Rosses, cristal de la Granja o luminarias de metal. Muchas de estas piezas estan cedidas al Ayuntamiento de Palma y actualmente visten el casal de cultura de Can Balaguer. Precisamente, estas semanas de confinamiento y estado de alarma han obligado a aplazar la presentación prevista del catálogo Domènech-Vázquez, que ya está impreso y encuadernado con textos de Elvira González y fotografías de Jaume Gual y Toni Málaga.

Pero, además de la vestimenta de Can Balaguer, la colección se extiende de forma dispersa en varias ubicaciones con una impresionante serie de un centenar de 'gerretes' de Felanitx, una infinidad de piezas de cerámica popular, una tabla policromada que proviene de un desmonte para la intervención de Gaudí en la Seu, grifos de antiguas almazaras, muebles Carlos IV, o una amplia biblioteca con volúmenes de entre s. XVIII y XIX, un ejemplar impreso en Venecia en 1525, pergaminos y ediciones post-incunables.

El legado ha sido solicitado por instituciones como el Ayuntamiento de Palma -el caso de Can Balaguer-, o el de Felanitx -muestra de 'gerretes' de 2018-, y también han cedido piezas al Museu de Mallorca para una exposición sobre la vida cotidiana en el gótico (2019). A la hora de plantear la colaboración con entidades públicas, Domènech introduce el elemento de la necesidad de detectar "sensibilidad" entre los gobernantes, porque en algunos momentos asegura que se tiene la sensación de que "no sabrían ni malvenderlo". De las cesiones que han realizado hasta ahora se muestra satisfecho "y si la sociedad civil aprecia la respuesta positiva de las instituciones, creo que crecerá la tendencia a confiar y aumentar las cesiones y donaciones. La pena es que es demasiado tarde para muchas grandes casas que ya lo han vendido todo y sus antigüedades están esparcidas por media Europa, en lo que es el gran drama del patrimonio perdido de Mallorca".

"No puede ser que el que haga una cesión de patrimonio se quede intranquilo por el destino de su colección", añade la pareja, que pone como ejemplo paradigmático de incumplimento público el de la herencia de Juan de Saridakis, con la donación a la Diputación Provincial en 1965 del casal de Marivent, obra del arquitecto Guillermo Forteza, y una valiosísima colección de pintura, cerámica, mobiliario y biblioteca. "Es curioso -apunta Domènech- que en las principales capitales europeas los palacios reales se conviertan en grandes museos, y aquí, cerramos un museo para convertirlo en palacio real".

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