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Artículos de broma

Quítese del Barceló

Quítese del Barceló

Hay una diplomacia artística en la decoración de los palacios de gobierno. Al llegar a la Moncloa, Pedro Sánchez cambió tapices por Tàpies y metió obra nueva, seleccionada por un comité del Museo Reina Sofía, entre la que pidió que hubiera piezas de mujeres. La decoración es comunicación. De golpe, modernidad y conciencia de género. En el salón del consejo de ministros colgaron un gran cuadro, El taller de escultura, más de seis metros cuadrados de óleo pintados por Miquel Barceló en 1993 y comprados por el Estado en 2000.

El lienzo de Barceló pinta el cuadro de la actualidad del coronavirus, pese a ser demasiado matérico para un enemigo tan poco material. En un taller hay un modelo, una realidad concreta de la que cada artista da su visión. Eso estamos viendo en un ejecutivo de coalición PSOE-Podemos en el que la ortodoxia económica sienta en una de las sillas -del gobierno o del taller- a Nadia Calviño, una artista sensible al empresariado que lleva la carta de dimisión en el bolsillo del guardapolvo.

Un taller colectivo nunca es un ambiente ordenado. Representado por Miquel Barceló, menos aún porque es un artista que acierta a confundirse con sus materiales y que consigue la armonía con un sentido único del desorden, de la acumulación, de la impureza.

La imagen, como alegoría, pone en el centro al artista en el momento en el que el político ha de elegir entre el científico y el empresario. Esta es una tragicomedia de personajes weberianos. Ya que Pedro Sánchez no puede o no sabe hacer otra cosa -y para que no desordene tampoco el arte en nombre de la pandemia- lo mejor sería que mantuviera mayor distancia respecto al Barceló, que se sentara delante de otra obra que transmitiera menos barullo.

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