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Oblicuidad

Los extraños siempre logran sorprenderte

Los extraños siempre logran sorprenderte

Todos los libros de sociología popular son idénticos, mantén la fe, explota tu fuerza interior. Y después está Malcolm Gladwell. Cada uno de sus libros desarrolla alguna idea que contagia el debate planetario durante años. Por ejemplo, las diez mil horas de práctica que garantizan el genio, así en John Lennon como en Bill Gates. Esta tesis impregnaba Fuera de serie, pero el periodista ha alcanzado el grado superlativo de maestría en Hablar con extraños. Con una diferencia, se trata de un ensayo tan certero como incómodo.

Gladwell puede permitirse la iconoclastia. Hablar con extraños carga contra la tesis de la preeminencia presencial, y contra la patraña de que la primera impresión es la que cuenta. Defiende que nuestra apreciación de un desconocido está plagada de errores, con consecuencias desastrosas en los ámbitos judicial y político. Por supuesto, existen argumentos en sentido contrario, pero tendrás que afilarlos para derrotar a este ensayista.

Debemos a Baltasar Gracián la constatación psiconumérica de que "son tontos todos los que lo parecen, y la mitad de los que no lo parecen", por otra parte tan poco gracianesca en su brusquedad. Sin embargo, necesitamos confiar en esos extraños, y sobre todo disponemos de una fe ciega en nuestra capacidad para catalogarlos. El dato más demoledor del libro de Gladwell consiste en la revisión de las libertades bajo fianza concedidas por los jueces neoyorquinos,tras un somero examen del detenido. Un estudio de medio millón de casos, atendiendo a la trayectoria posterior de los encausados, demostró que un simple programa triplicaba el acierto de los seres humanos condenados a juzgar a sus semejantes. Solo en esta parcela se pueden establecer en cientos de miles los errores al Hablar con extraños.

En el libro de Gladwell merodean Hitler y Castro, tan pésimamente valorados por los contemporáneos que aspiraban a apaciguarlos. Y si un libro pop puede permitirse la impopularidad, este tratado de la extrañeza lo consigue al difundir la teoría de la "miopía alcohólica", que atribuye a la bebida valores de depresión antes que de desinhibición. Utiliza en su apoyo uno de los célebres casos judiciales de sexo entre universitarios británicos ebrios que acabó en una denuncia por violación. En la sentencia que absolvía al joven después de meses en prisión, el juez se pregunta "¿es el consentimiento ebrio todavía consentimiento? Tiene que serlo, o habría que encerrar a todos los felices practicantes en ese estado".

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