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Oblicuidad

Freeman Dyson, librepensador y científico

Freeman Dyson, librepensador y científico

La ciencia no favorece la herejía creativa, sino que encarece la ortodoxia gregaria. De ahí que el librepensador y disidente Freeman Dyson, la viva estampa de lo que el idioma inglés bautiza como un contrarian, suponga una excepción a celebrar en un ambiente burocratizado. Antes que una persona, este físico y matemático encarna un método de abordaje de los problemas más variopintos, cohesionando la imaginación desbordante y el rigor matemático. Y sí, debe la popularidad que atesoraba en el momento de su muerte a un enfrentamiento doctrinario contra las tesis dominantes del cambio climático.

La curiosidad biográfica de que Dyson desembarcara en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton durante la etapa crepuscular de Einstein, sirve para destacar su pertenencia a la trinidad que sucedió al mayor cerebro científico que ha dado la humanidad. Ambos compartían una creencia irracional en la percepción extrasensorial. Precoz y longevo, el inglés naturalizado estadounidense acreditó los descubrimientos del heterodoxo Richard Feynman, antes de ser apadrinado por Julius Robert Oppenheimer, tal vez la personalidad más absoluta y sobrecogedora del entero siglo XX. No fue el autor de la bomba atómica, sino el único director de orquesta que podía construirla.

La relación de las cuestiones científicas que no sedujeron a Dyson sería más breve que sus incursiones en el espectro que va de los números primos a la posibilidad de una inteligencia eterna. Alumno de la clarividencia matemática de G.H. Hardy, tuvo la audacia de garabatear los trazos académicos de su maestro. Puede que la conclusión a apuntar se deba al influjo de la D compartida por ambos intelectuales, pero Dyson es el Jacques Derrida de la ciencia, con una habilidad portentosa para deconstruir una verdad y ofrecerle nuevas irisaciones. La irreverencia zigzagueante no gana premios Nobel, así que nunca lo obtuvo, en compañía aquí también de su protector Oppenheimer.

En Dyson, la palabra evidencia recupera su etimología de verdad excitada, hasta provocar saltos cuánticos en el conocimiento. Por eso sus prospectivas adquirían un fulgor especial, entre los somnolientos volúmenes que anuncian un mundo mejor desde planteamientos que no invitan a desearlo. Sic transit la segunda oleada de los grandes físicos del siglo, los últimos que pueden presumir de haber protagonizado una revolución. No dejan herederos, el librepensamiento está considerado una peligrosa desviación.

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