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Epidemias mortales en Mallorca

La peste negra de 1652 entró por Sóller causando la muerte de entre 14 y 15 mil personas, el 15% de la población de la isla

Grabado alusivo a la mortífera peste.

Ahora, cuando el coronavirus está generando una oleada de pánico injustificado en buena parte del planeta, con consecuencias de toda índole: sociales, sanitarias y económicas, aunque desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los gobiernos se insista en que su letalidad en Europa es inferior a la que provoca el virus de la gripe común, es bueno recordar lo que aconteció en siglos pasados, cuando los sistemas de salud pública eran casi inexistentes y se desconocía qué provocaba las grandes epidemias, como la de peste negra que se cebó en Mallorca en 1652. Entró por el puerto de Sóller, en un barco en el que había enfermos, extendiéndose rápidamente por toda la isla. Nada se pudo hacer para contener la expansión de la epidemia estimándose que acabó con la vida de entre 14 y 15 mil personas, nada menos que el 15 por ciento de la población, que años más tarde, según los censos de la época, todavía no llegaba, concretamente en 1667, a los 100 mil habitantes. Fue una epidemia "brutal", asegura el historiador Eduardo Pascual, profesor de Historia Moderna en la UIB, que acaba de completar un amplio estudio sobre Higiene y salud pública en la ciudad de Palma en el siglo XVIII (1718-1812). Tal fue el pánico que las autoridades militares y civiles abandonaron Ciutat para refugiarse en sus posesiones de la part forana intentado ponerse a salvo de los estragos de la peste.

Grabado alusivo a la mortífera peste. DM

Casi dos siglos después, en los que ya no se registró ninguna epidemia reseñable, lo que no deja de ser llamativo, reconoce el profesor Pascual, un nuevo brote de peste llegó a Mallorca quedando circunscrito a Son Servera, se supone que por la estricta cuarentena decretada por las autoridades. Fue en 1820 llegando a contabilizarse 1.040 muertos, dos terceras partes del censo del pueblo, que quedó diezmado teniendo que ser repoblado con personas provenientes de las localidades cercanas. Después de ese episodio la peste desapareció de Mallorca sin que se reseñen nuevas epidemias hasta la pandemia de gripe, denominada "española", de 1919, que causó en el planeta más millones de víctimas que las habidas en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), conocida como Gran Guerra por sus contemporáneos. Todavía hoy no existe estimación exacta de las muertes provocadas por aquella gripe. Algunos historiadores hablan de más de 20 millones de muertos. En Mallorca fueron miles los que se llevó por delante.

Eduardo Pascual reseña la importancia que tuvo la Ilustración para evitar que las epidemias se cebaran con la población mallorquina en el siglo XVIII. Los ilustrados, durante el reinado de Carlos III, establecieron las bases de un sistema de salubridad pública mínimamente eficiente que contribuyó, sin duda, a cortar la propagación de enfermedades que eran moneda común en la época, incluido el cólera y la posibilidad de que la peste hiciera acto de presencia con los barcos que atracaban en los puertos, sometidos, a la menor sospecha, a una severa cuarentena.

Las enfermedades de las fiebres

La fisonomía de la ciudad medieval de Palma apenas había variado en los inicio del "Siglo de las Luces", lo que supone calles estrechas, cubiertas de barro y excrementos, perros y gatos, además de las inevitables ratas, campando a sus anchas, ausencia de alcantarillado y los niños jugando. Esa era Palma. Perfecto caldo de cultivo para la propagación de enfermedades infecciosas, que estaban a la orden del día. En 1787 la ciudad contaba con 34 mil habitantes. La población se había incrementado lentamente desde 1715 cuando estaba establecida en casi 29 mil ciudadanos. Según Pascual, parece evidente que en el siglo XVIII se produjo la transición de la peste a las enfermedades infecciosas, siendo conocidas como "enfermedades de las fiebres", denominadas tercianas, tifoideas, paratifoideas y tuberculosas, llamadas calenturas hécticas. Otras enfermedades de carácter epidémico fueron el sarampión y la viruela con brotes que tuvieron un impacto notable en la población de Palma en los años 1748, 1760 y el bienio 1767-78, que acabó por incidir en toda la isla en 1792 y 1793. Las fiebres más comunes no eran contagiosas sino tercianas, también denominadas pútridas, así se llamaba al paludismo, propia de la ausencia de higiene pública, que se expandía en los meses cálidos y de elevada pluviosidad. Palma contaba entonces con una acequia colectora que canalizaba parte de las aguas sucias causando un tremendo impacto entre el vecindario del Pla del Carmen, la actual Rambla. Su defectuosa construcción convirtió a la zona en una de las más insalubres de la ciudad, contribuyendo decisivamente a la constante propagación de las fiebres pútridas. La limpieza urbana fue un asunto siempre presente para las autoridades estatales y municipales, sobre todo a partir de la segunda mitad del Siglo, coincidiendo con el reinado de Carlos III. El habitual vertido de las aguas sucias a las calles desde las viviendas, así como el estiércol, los animales muertos, desperdicios y todo tipo de inmundicias eran habituales en calles y plazas. Las nuevas normas municipales lo proscribieron taxativamente viéndose obligado el vecindario a limpiar sus fachadas hasta la mitad de la calle sábados y domingos y, además, estaba prohibido abandonar la basura en la calle antes de las 10 de la mañana, hora en la que era recogida por el basurero municipal.

escultura “Es Pastoret” en Son Servera, que recuerda la mayor tragedia de su historia, la epidemia de peste en 1820 que mató a 1.040 personas. DM

Los resultados fueron espectaculares, ya que la nuevas medidas higiénicas produjeron una más que apreciable disminución de las enfermedades infecciosas, a lo que coadyuvó el empedrado de las calles, con lo que desaparecieron los centímetros de barro e inmundicias que en ellas se acumulaban. Desde entonces las basuras fueron transportadas con carros a los vertederos oficiales situados fuera de la ciudad, más allá del perímetro amurallado, como los del Camp Pelat y el Vinyet donde los agricultores podían coger estiércol para sus tierras. Con el tiempo se ampliaron los espacios del vertido de basura fijado a una distancia de dos mil pasos del glasis de la ciudad, espacio suficiente para evitar que los hedores llegasen hasta las calles, uno de los problemas que nunca se habían solucionado.

Una institución destacable que contribuyó a la modernización de la higiene pública fue la Real Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País, típica de la época de la Ilustración. Los médicos formaban parte de la Sociedad e integraban la comisión de población, cuyas aportaciones sobre sanidad posibilitaron avances en la medicina preventiva, aunque el número de médicos que formaron parte de la misma fue escaso, al suponer que su principal actividad se circunscribía a las cátedras de Medicina de la Real y Pontificia Universidad Luliana de Mallorca. La fundación de la Real Academia Médico-Práctica constituyó otro elemento que contribuyó a la propagación de las nuevas directrices higiénicas que se estaban implantando en Palma y el resto de Mallorca, con lo que la isla se alejaba cada vez más de las prácticas médicas y de higiene públicas existentes desde la Edad Media.

Otro aspecto que tuvo que ser solventado fue la costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y a escasa profundidad con lo que la descomposición acarreaba problemas de salubridad muy importantes, entre otros la propagación de enfermedades infecciosas. La irrupción de la Ilustración sanitaria asumió la necesidad de suprimir la proximidad física del cadáver en los lugares de culto, al ser conscientes de los peligros epidémicos que entrañaban las fosas, además de establecer una serie de normas opuesta a las inhumaciones en los templos. El enterramiento de difuntos a una profundidad conveniente fue una de las cuestiones que se vigiló con atención, porque la creencia de que remover la tierra donde yacían los cadáveres contagiosos hacía fluir vapores dañinos (las miasmas) enviciando el aire y por lo tanto constituyendo un peligro para la salud pública. Finalizando el siglo, hacia 1780, el ministro de Carlos III, conde de Floridablanca, aconsejó al Rey, siguiendo el modelo francés, establecer la prohibición de enterrar a los difuntos en las iglesias para que fuesen inhumados en los cementerios.

Eduardo Pascual destaca lo que considera "un hito" de la medicina mallorquina de la época, la creación, en la postrera década del XVIII, de la Escuela de Anatomía y Cirugía de Palma, similar a la de Barcelona, ubicada en el Hospital General, que contribuyó decisivamente a que se implementaran adecuadamente las normas higiénicas que se habían dictado. También es destacable la obligación que se estableció entre los académicos de ocuparse de indagar la Historia Natural y Médica de la isla y la descripción topográfica-médica de sus localidades observando sus costumbres para establecer nexos con las enfermedades más habituales que padecían. La actuación de las autoridades municipales no pudo impedir que, en fecha tan avanzada como la citada de 1820, claudicaran ante el brote de peste aparecido en Son Servera. El resultado más positivo observable se pone de manifiesto con el crecimiento poblacional, constante a lo largo del XVIII e inicios del XIX, pero sin erradicar el empeoramiento general de las condiciones higiénicas en la ciudad y de l factores como el hacinamiento urbano, la deficiente red de alcantarillado o la falta de ventilación de las viviendas, aspectos que hicieron muy difícil la eliminación apreciable de las enfermedades infecciosas.

Parece evidente que en el siglo XVIII se desarrolló una decisiva actuación al implantarse la burocracia sanitaria con el propósito de mejorar la higiene y la salud pública. Fue a lo largo de este siglo cuando se dio prioridad a la batalla contra las epidemias, especialmente en los puertos, con lo que se consiguió atenuar una mortalidad, que puede definirse de catastrófica, que hasta entonces había imperado. Los logros obtenidos por los ilustrados constituyeron un claro precedente organizativo y legislativo en materia sanitaria preventiva articulada durante el período liberal.

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