Las frecuentes intervenciones públicas de nuestros queridos representantes políticos de diferente bando y pelaje vienen a desmentir una máxima prácticamente neurológica: la estupidez tiene un límite. Una reflexión, seguramente apócrifa, de Albert Einstein señalaba que el Universo y la estupidez humana no tenían límite, pero que no estaba seguro de que fuera cierto en el primero de los casos. Si circunscribimos el rango a la gente que se dedica a la política la aseveración cobra casi tintes cartesianos, sin importar que su ámbito sea internacional, nacional, autonómico o local. De hecho, es prácticamente inevitable no encontrar diariamente una sandez (una solamente sería un sueño) en boca de un político. Lo descorazonador es que es posible que estemos bien representados.
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Los puntos sobre las uves