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La mirada del lúculo

Mímesis española en la city

Hispania, síntesis coquinaria del país en Londres, ha sabido implicarse en el corazón financiero inglés con el sentido de adaptación que requiere un negocio que busca crecer justo en el lugar donde lo hace el dinero

Mímesis española en la city

Los primeros zombis de la City que conocí en los viejos setenta lucían largas cabelleras sobresaliendo de sus bombines. Eran simples empleados de oficinas bancarias agobiados por el viejo y convencional dress code del mundo de las finanzas. Comían cualquier cosa grasienta envuelta en un papel, procedente de alguna freiduría entre Gracechurch, Lombard o Gresham, antes de volver a tomar la puerta de Liverpool Street para gresar en metro a casa. Luego, más tarde coincidiendo con el cambio de siglo, aparecieron los niños prodigio, de rostros ojerosos, que llevaban los emparedados de pollo o de aguacate y mozarella a sus escritorios, después de haber tomado un par de pintas de Young's o Fuller's, de pie en el pub, mientras comentaban las últimas incidencias del Arsenal.

Los noventa del pasado siglo fueron años feroces, los niños prodigio, de las chaquetas cruzadas, que conducían Porsches, llegaban por la mañana temprano a sus oficinas y se encontraban con notas que les avisaban de que recogieran sus cosas y pusieran tierra de por medio antes del mediodía. Un encargado de seguridad vigilaba la operación que se repitió como consecuencia de los recortes de plantilla. La cercana Fleet Street reducía su pulso anímico: en los ochenta ya se había vaciado de periodistas, y los cerebritos de la banca ponían ahora pies en polvorosa. Hubo un tiempo en que el cliente que visitaba los pubs de la calle de los periódicos era mayoritariamente turista, atraído por la leyenda del cerdo, el río inmundo y las gran redacciones. Fleet constituye el extremo occidental de la City, la gran maquinaria financiera al servicio del Imperio. En la parte oriental, Liverpool Street, tras la desbandada de la tarde, fui testigo en varias ocasiones del gran cementerio urbano: los parroquianos recluidos en los bares, y el asfalto esperando por la nueva gran invasión de la mañana siguiente. Siempre era una mañana distinta a la de los Moody Blues en The Morning: Another Morning.

En la época de los comienzos de la banca, el célebre diarista Samuel Pepys, durante el gran incendio de 1666, enterró angustiado sus monedas de oro y otras propiedades de valor. Como todos los londinenses, guardaba sus riquezas en casa, en cofres cerrados con llave. Cuando la flota holandesa remontó el Támesis y había peligro de invasión, no confío su oro a los orfebres para que se lo guardaran. Al contrario que otros londinenses envió a su esposa y a los sirvientes al campo con la fortuna familiar, mientras él se quedaba en Londres con 300 libras en un ceñidor alrededor de la cintura. Orfebres y escribanos, miembros de los viejos gremios de la ciudad, aceptaban depósitos de los vecinos. La pudiente Compañía de las Indias Orientales ofrecía intereses a los clientes preferenciales. Los bancos, trece en las primeras décadas de 1700, estaban localizados en Fleet. Llegaron allí antes incluso que los periodistas. El sobrenombre del Banco de Inglaterra, Old Lady, vendría algo más tarde y sobre su origen existen tres versiones: la primera de ellas es que se debe al dramaturgo Sheridan, otra que fue fruto de la imaginación del artista James Gillray y plasmado en un cómic de finales del siglo XVIII, y la tercera y más triste incluye realmente a una anciana dama, Sarah Whitehead, cuyo hermano trabajaba en el banco a principios del siglo XIX y que fue condenado por fraude y posteriormente ejecutado. Sarah le esperaba cada noche, vestida de negro, a la puerta del trabajo, hasta que envejeció y perdió el juicio. Hasta el día en que murió unos agentes la acompañaban de vuelta a casa con su familia.

Otra de las grandes instituciones bancarias, el Lloyd's, tuvo su origen en el café de Edward Lloyd, en Abchurch Lane, esquina con Lombard Street, donde desde hace siete años se encuentra Hispania, el buque insignia de la gastronomía española en Londres, en manos de capital asturiano que encabeza Javier Fernández Hidalgo y cuenta con la coordinación gastronómica del chef Marcos Morán. A unos pasos de la boca de metro de Bank, esperan cincuenta metros de fachada y un restaurante de grandes dimensiones, diseñado con muy buen gusto por Lorenzo Castillo, que ocupa dos plantas del histórico edificio. La síntesis coquinaria de lo que es este país -una buena barra para beber, tienda con productos ibéricos, tapeo, carta y servicio de aquí- se encuentra allí, en el corazón financiero de Londres. Dirigido por Juan Murillo, Hispania ha sabido implicarse en la historia de la City con la mímesis que requieren los grandes negocios en un lugar que ha crecido con ellos y a la vez que el dinero. Pocas veces, como esta, se encuentra un anillo tan al dedo.

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