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Oblicuidad

'Madre' no hay más que una, Marta Nieto

'Madre' no hay más que una, Marta Nieto

Madre narra la relación indefinida en Francia entre una mujer de 39 años, vivida más que interpretada por Marta Nieto, y un mozalbete de quince. La diferencia de edad entre los enamorados coincide con la brecha existente, al inicio de su relación y ahora mismo, entre Emmanuel y Brigitte Macron. En efecto, la pareja suena menos sórdida hoy que cuando retrataba a una profesora de literatura con su alumno adolescente.

Madre se titularía con más detalle El que esté libre de culpa, pero Rodrigo Sorogoyen arroja la primera piedra con el mismo desenfado que prodigó en El reino, para destripar la corrupción granítica de matriz española. El director es un generador de reflexiones constantes y contrapuestas, junto a quien se entiende que Slavoj Zizek utilice películas de cualquier envergadura como materia prima para trufarla con su irresistible marxismo psicoanalítico.

Sorogoyen se consagra en Madre como un cronista superlativo de las miniaturas de la intimidad, a la altura del Asghar Farhadi de Todos lo saben o de los hermanos belgas Dardenne en La chica desconocida. Su único peligro es el exceso de confianza. Acierta incluso en la huida del preciosismo fotográfico de los compases iniciales, para que la cámara habite el desorden anímico de su protagonista. Y es que Madre no hay más que una, y se llama Marta Nieto. Obtiene una identificación exacta del espectador de cualquier sexo, vemos la película a través de ella. Además, corona un verismo que no se explica ni aunque hubiera atravesado en sus carnes las vicisitudes de Elena, su personaje.

Las artes de representación cumplen con su cometido cuando sales del teatro asaeteado, sin energía para arrancarte las sensaciones que el espectáculo te ha transmitido. Al igual que en El reino, el director no se resigna al retrato cómplice de la Madre que extravió a un hijo, que hoy tendría la edad de su descarado pretendiente. Tampoco celebra la terapia implícita que el sacrificado Àlex Brendemühl aplica a su pareja dañada. Al contrario, la película se regodea en el despotismo de las víctimas, vacunadas de humanidad por su tragedia y dispuestas a asumir riesgos que serían inhabitables para una persona sin catástrofes a bordo.

Sorogoyen se atreve incluso con el tremendismo de la relación entre la Madre y la familia de su joven galán, que la contempla como una depredadora del cachorro. El amor es una pasión disolvente de la burguesía, que aprendió a disolverlo en matrimonio. De ahí el enfrentamiento de western entre las dos madres. Una pierde un hijo, otra lo gana con piel de amante.

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