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Salud

Atacar patógenos con sus armas

Atacar patógenos con sus armas

Los virus, esos microseres, tienen la capacidad, y en eso reside su vida, de entrar en el ADN de las células a las que acceden y allí obligarlo a replicar ese trocito, que es el virus, hasta que su enorme progenie acaba con la célula. Entonces millones de virus salen al medio para buscar nuevas células. Si esas cápsulas diminutas que contienen un pequeño segmento de ADN, o de ARN, y que dependen para su supervivencia y procreación de las células, hubieran empleado sus medios de vida sin freno, quizá no hubiéramos conocido esta naturaleza. Pero los organismos unicelulares, ancestralmente los seres procariotas, es decir, aquellos que no empaquetaron el ADN en un núcleo, y más tarde las eucariotas como algunas bacterias, que lograron sobrevivir de un ataque viral, por azar, produjeron unas enzimas que reconocen el virus cuando de nuevo las invade.

Esas enzimas son el ya famoso Crispr, un acrónimo para "clustered regularly interspaced short palindromic repeats" que en español se traduce como "repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas". Cuando ese organismo unicelular tiene memoria de ataques anteriores, elabora unas enzimas, precisamente asociadas al Crispr y desarma el virus. El Crispr se encuentra en el 90% de las arqueas secuenciadas (organismos procarióticos muy antiguos) y en el 40% de las bacterias. Lo mismo que se defiende de los virus, también lo hacen de los plásmidos y fagos. Estos son segmentos de ADN libre que puede penetrar en los seres unicelulares modificando su genética. Otra se forma cuando el antibiótico selecciona de una población bacteriana solo aquellos que son resistentes y les da la oportunidad de ocupar el espacio de las susceptibles. En general las bacterias resistentes son menos prolíficas, esto dificulta su ataque porque es precisamente cuando se dividen cuando son más susceptibles. Pero también las hace menos virulentas.

Se calcula que todos los años mueren en el mundo 700.000 personas por estas infecciones. La OMS predice que en 2050 serán 10 millones. Mientras, desde hace años no se diseñan nuevos antibióticos y los que tenemos, bien por su uso indiscriminado, bien por la promiscuidad de las bacterias que modifican continuamente son genoma, encuentran cada vez más resistencias. Además, aunque los antibióticos hayan sido una de las tecnologías que más han contribuido a las mejoras en salud en el curso de la historia, su forma de actuar es bastante torpe: mata todo lo que encuentra en su camino, tanto las bacterias patógenas como las saprófitas, el denominado microbioma, esa población enorme de bacterias que nos habitan.

Ahí es donde el Crispr puede tener una oportunidad. Desde su descubrimiento se ha empleado para editar, cortar y empalmar el ADN con el objeto de protegerlo o modificarlo. Por ejemplo, para retirar una secuencia que produce una enfermedad genética. O para modificar un mosquito y hacerlo incapaz de trasmitir malaria de manera que reemplace a sus congéneres. O para proporcionar resistencia a una planta contra ciertas plagas: son los organismos genéticamente modificados que también se manipulan para que tengan mejor aspecto o sabor.

La primera etapa es diseñar una de las enzimas del Crispr denominada Cas 9 para que vea la bacteria diana como su propio enemigo. El reto ahora es hacer llegar esa enzima a la bacteria elegida, en este caso Salmonella, la bacteria que produce la intoxicación alimentaria más peligrosa. Para eso están los plásmidos, que como recuerdan, son paquetes de genes que se replican libremente. Pues en un plásmido insertan esa enzima y la introducen en otra bacteria de las que habitan sin dañarnos en el intestino: un E.Coli. Entonces ocurrirá que la bacteria E.Coli transferirá el plásmido a la Salmonella y ella misma se autodestruirá.

La experiencia en el laboratorio es excepcional: E.Coli transfiere el plásmido a la Salmonella y estas se destruyen mientras los primeros sobreviven intactos. Hay toda una esperanza depositada en esta técnica. Ya hay varios grupos de investigación que trabajan en modificar virus capaces de hacer el trabajo. Si se logra, tendremos los antibióticos soñados: los que destruyen los microbios que nos han enfermado y amenazan nuestra supervivencia mientras dejan intactos a los que nos ayudan. Es la farmacoterapia altamente selectiva que aparece como una posibilidad cercana para actuar sobre las dianas terapéuticas minimizando los efectos secundarios.

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