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Mallorquines por el mundo

Desde Grecia lluvia

Desde Grecia lluvia

Vroji, con acento en la "i", "lluvia", fonéticamente, en griego, y automatismos de la memoria, como música de fondo me viene el temazo de Giorgos Dalaras y Goran Bregovic, La canción de la lluvia, con un estribillo hipnótico que repite "Y la lluvia, la lluvia, cada vez más intensa". Me horrorizan las despedidas, y peor bajo la lluvia, como que se me encoge el corazón. Cosas de la edad, supongo.

Pero no vamos a ponernos sentimentales, que los suplementos dominicales están para entretener al personal y pasar un buen rato. Como el que pasó un servidor el domingo pasado en Lefkada, la capital de la isla del mismo nombre. Bueno, lo de "capital" es un título administrativo, en realidad es un gran pueblo, o una pequeña ciudad si lo prefieren, aunque no sé si con poco más de diez mil habitantes podemos utilizar este término. En cualquier caso el lugar es magnífico, hermoso e invita al paseo. A perderse por un dédalo de callejuelas que se articula a ambos lados de la calle principal. La main street, una calle peatonal donde se levantan aún algunas iglesias de impronta veneciana y otras nobles construcciones, antiguos palacios, que resistieron al terrible seísmo de 1953, una tremenda sacudida de Poseidón que afectó a todas las islas del Jónico.

Aunque mejor puntualizar que Lefkas es una isla atípica, ya que lo es solo de nombre, en realidad está unida al continente. Bueno, digamos que está amarrada a tierra firme. Amarrada por un brazo metálico -una barcaza que hace de puente sobre un estrecho canal de apenas 50 metros- que pivota, abriéndose, a las horas en punto, desde la salida a la puesta de sol, para dejar paso a las embarcaciones de recreo y pequeños pesqueros que navegan por la zona. De hecho existen dudas, disputas académicas entre geólogos, historiadores, geógrafos y arqueólogos, sobre si realmente nos encontramos ante una isla, ya que desde tiempos remotos, desde la edad de bronce, en que los Corintios excavaron el canal, Lefkas siempre ha tendido en su extremo noreste a fundirse con la vecina costa.

Y para terminar con este somero retrato un apunte literario : aquí nacieron dos grandes poetas, Aristóteles Valaoritis, figura clave cuando la lucha de independencia contra los turcos en el XIX, y Angelos Sikelianos, que no necesita de mayor presentación y cuya casa museo bien vale la visita a Lefkada.

Lefkada es una isla griega del mar Jónico.

Pero volviendo al principio, a la lluvia y a la nostalgia, fue el lunes por la mañana a bordo del autobús que me llevaba hacia Atenas cuando empezó a llover de verdad, como en la canción. Una cortina de agua que no amainó durante las cinco horas del trayecto, cristales empañados sobre un fondo gris, tiempo muerto que aproveché para darle al teclado -práctica digna de un consumado contorsionista dado el reducido espacio entre las filas de asientos- tratando de sacar adelante esta crónica, que a uno siempre le pilla el toro.

Por suerte paró de llover justo al entrar en la mega metrópoli ateniense, coincidiendo con los inevitables embotellamientos. Del bus de línea salté al urbano hasta Omonia, y, de milagro, conseguí llegar a mi hotel, el Tempi, sin mojarme. A partir de ahí, una vez cumplido el protocolo en recepción -abrazos y cortesías de rigor- tras dejar los trastos en la habitación, salí a cumplir con el obligado ritual de los reencuentros. No voy a extenderme para no cansarles, solo me detendré en una de mis escalas habituales, una taberna sin nombre en un semisótano junto al mercado central, donde a pesar de la hora conseguí mesa y comida. Un potaje de garbanzos y unas sardinas asadas, regados por una generosa jarra de retsina. Por desgracia, con el tam-tam de las redes sociales, la fiebre de los selfies, Instagram y otras lindezas, también han llegado hasta aquí. Y si bien el patrón y el menú, no hay carta -potajes y otros guisos, y pescados a la brasa- siguen inmutables, la fauna que acude al local es de cada vez mas heteróclita, aunque ello no parece importunar a los irreductibles clientes de toda la vida.

Tras la colación, el paseo digestivo resulta obligatorio y placentero, precisamente en el momento en que Atenas, al atardecer, se pone guapa y bulliciosa. Pero no seguiré con el detalle de mis andanzas, solo comentarles que el martes cumplí con una de mis asignaturas pendientes al visitar el nuevo "faro" cultural de Atenas, la Fundación Stavros Niarchos, un espectacular centro que alberga la Biblioteca Nacional y la Opera de Atenas. Una obra singular, frente al mar, combinando hormigón, acero y cristal, con cubiertas vegetales, rodeado de jardines y estanques, y que lleva la firma de Renzo Piano.

¡Buen otoño y hasta el mes próximo, ya desde París!

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