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Reportaje

Son Banya, medio siglo de marginación

Se cumplen 50 años del poblado gitano que nació de forma pionera y temporal y ha terminado convirtiéndose en uno de los mayores mercados de la droga

A unos cuatro kilómetros del aeropuerto de Palma, más cerca de lo que nos gustaría pensar, las ratas y la suciedad reinan en lo que antaño fue uno de los mercados de la droga más mediáticos e importantes del país: Son Banya. Un poblado gitano que se construyó en un principio de forma pionera y temporal, con la idea de derribarlo en menos de 10 años. Este mes se cumple medio siglo del asentamiento. A menudo se dice que las administraciones no actúan hasta que ocurre una tragedia, pero en Son Banya no ha sido así. Durante décadas, el poblado ha ocupado titulares y portadas con cientos de noticias que a veces eran más propias de una película hollywoodense que del calmado paraíso en el que estamos acostumbrados a vivir. Una oveja negra culpable de la incomodidad y la hipocresía de los que miraban hacia el lado contrario si ocupaban determinado cargo político.

Después de 50 años de marginación y desigualdades, los habitantes de poblado están entrando en una nueva etapa tan esperanzadora como controvertida. A finales de julio del año pasado se inició la primera fase del desmantelamiento de Son Riera, topónimo oficial del poblado gitano. En pocos días, las excavadoras entraron en la aldea como máquinas inexorables, y con el atronador sonido de cada derribo, surgía una incómoda pregunta que nadie sabía responder a ciencia cierta: ¿Dónde y cómo van a realojar al medio millar de personas que se pretende desahuciar?

Son Banya nació en agosto de 1969 para dar una solución temporal a las decenas de familias gitanas que malvivían en condiciones infrahumanas instaladas en barracones en distintos barrios de Palma, principalmente en el Molinar y el Amanecer. La idea era proporcionales un lugar digno para vivir mientras se buscaban viviendas sociales para las familias afectadas. El plan era que en 10 años, como máximo, todos los gitanos se integraran laboral y socialmente, ya realojados en Palma, para poder desmantelar el poblado. Es decir, que en 1980, aproximadamente, se preveía derribar el poblado.

Con este objetivo, el alcalde de Palma, Gabriel Alzamora, designado por el gobierno franquista, dio luz verde y cedió un solar de titularidad municipal al proyecto que impulsó la sociedad para la integración de gitanos mallorquines (Ingima), con el padre José Sabater a la cabeza. Era la primera vez en el país que se creaba un poblado gitano. Mallorca fue, en este sentido, pionera en un experimento social que resultaría catastróficamente fallido años más tarde. En total, se construyeron 124 casas para 124 familias, por lo que se dio un hogar a unas 600 personas.

Poco a poco, los gitanos fueron haciéndose al lugar y empezaron a ganarse la vida vendiendo chatarra, fruta, criando gallinas o con la venta ambulante. Al principio no había droga. El poblado vivió durante años en la miseria absoluta, entre pobreza, suciedad y ratas. Muchas ratas. María Salleras fue trabajadora social de Cáritas, entidad que colaboró con Ingima para ayudar a la aldea en los inicios de Son Banya. Aún recuerda el poblado y lo describe como un lugar inhóspito, en el que las mujeres tenían a sus hijos sin ningún tipo de asistencia médica y las condiciones de vida eran tercermundistas. Sus tareas iban desde la supervisión de la situación de los neonatos hasta acompañar a los padres al registro civil para inscribir a los pequeños, para llevarse muchas veces la sorpresa de que ni siquiera los padres ni ningún miembro de la familia estaban registrados.

Salleras recuerda como si fuera ayer la incuestionable autoridad que tuvo el 'Tío Quico'. El patriarca del poblado más mediático y conocido, fallecido hace 20 años, gobernaba el asentamiento. Todas las familias gitanas le respetaban y obedecían, como cuenta la trabajadora social ya jubilada: "Mandaba y decía cómo se tenían que hacer las cosas. No se podía hacer nada sin preguntarle antes", así que a él se dirigió Cáritas cuando quiso impulsar lo que Salleras llama 'escuelas puente': pequeños centros educativos donde los niños de Son Banya aprendían a leer y escribir durante un año o dos para prepararse para ir al colegio o el instituto. Sobre todo, era un preludio para empezar a integrarse en la sociedad, pues los niños crecían, como dice Salleras, en un "gueto", excluidos y separados de todos los demás grupos sociales.

La autoridad del 'Tío Quico' empezó a flaquear años después, cuando Son Banya descubrió el mundo de la droga. Dinero fácil y rápido que hizo que la estructura que venía dirigiendo el patriarca desde hace una década se desmoronara por completo. La suciedad, la pobreza, la miseria y las ratas ya no eran el único problema: había entrado la droga en el poblado y nacía una etapa aún más oscura en Son Banya. A medida que el narcotráfico creció, se fueron diferenciando dos microcosmos muy claros: las chabolas de familias pobres y completamente hundidas en la miseria, y los núcleos de los clanes de la droga, donde se amasaban fortunas millonarias incalculables. Es donde entra en juego la matriarca de la droga más conocida del país: 'La Paca', que llegó a dirigir el narcotráfico en Balears y convirtió Son Banya en La Meca de la droga y en el centro de numerosos casos de corrupción entorno al que giraban importantes entidades e instituciones, que también se ensuciaron las manos, como la Policía Local, que se vio envuelta en varios casos de este tipo. 'La Paca' eclipsó con su poder a los que intentaron seguir la estela del 'Tío Quico'.

Y es que el dinero fácil nunca es bueno: los niños del poblado crecieron en un ambiente devastador y muy poco recomendable en el que lo normal era la entrada y salida de 2.000 coches diarios que traficaban con droga, redadas policiales de cientos de agentes armados hasta los dientes, violencia e incluso asesinatos entre clanes de narcotráfico, como el de 'La Parrala'. Y la otra cara de la moneda era casi peor, pues las chabolas nunca llegaron a salir de la pobreza, la miseria y la ingente cantidad de basura y suciedad que llenaba la aldea y la sumía en una atmósfera asoladora.

Mientras ocurría todo esto, década tras década, la actitud habitual de las autoridades competentes era revolverse en su silla, incómodos, cuando el tema de Son Banya salía a la luz. A lo largo de estos 50 años, el poblado ha visto hasta cuatro planes de realojamiento que han ido cayendo en saco roto. Hoy parece que todo esto está a punto de ser historia. Hace poco más de un año que se inició la primera fase del desalojamiento. El director general de Bienestar Social en el Ayuntamiento, Joan Antoni Salas, gestiona el proyecto que los gitanos ven con tanto recelo. A pesar de prometerles un futuro mejor para su descendencia, muchos de los habitantes de Son Banya se oponen al derribo de su hogar y están dispuestos a luchar por él con uñas y dientes. Los intentos de reconstrucción que se han registrado son, para ellos, un acto de rebeldía y resistencia en oposición a su reintegración en la sociedad, un ideal que no dejan de ver con desconfianza y escepticismo.

Pero Salas lo tiene claro, y en eso coincide con María Salleras: "La creación de Son Banya fue un enorme error". Y con esta premisa siempre presente, ha dirigido una primera fase de desalojamiento en la que se han llevado a cabo 43 órdenes de desahucio. A finales de 2020, se prevé que el poblado ya no exista. Y es que para él, el lugar es una "enorme máquina de exclusión social" que condena a la marginación crónica a las familias que nacen allí. Una lacra que cuesta 800.000 euros anuales a los palmesanos, pues el Ayuntamiento paga el mantenimiento del poblado desde el principio, así como la luz, el agua y la electricidad, entre otros. "Es tirar dinero cada año", dice Salas, quien cree que "la desaparición de Son Banya es la mejor inversión que puede hacer Cort".

Ya hay casi 40 familias realojadas, explica Salas, integradas en la sociedad "con éxito", sin que se registre ningún problema. El objetivo es acabar con la condena a la miseria de un pueblo anacrónico, estancado en el mismo punto de partida desolador que hace cinco décadas.

Tío Quico, dos décadas de su muerte

Pedro Cortés Fajardo, más conocido como el 'Tío Quico', fue el patriarca más conocido y mediático de Son Banya, cuando aún no había droga. Un hombre admirado y respetado por los suyos, que se dedicaba a reclamar en el Ayuntamiento pan y trabajo para los gitanos. Los políticos locales se lo ganaban con ayudas económicas que después él repartía entre los clanes familiares como mejor le convenía. Era padre de Gabriel Cortés 'El Pelón', su sucesor, y tío de 'La Paca'.

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