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Salud

Alzhéimer

La prevención precoz de la enfermedad ha de afrontarse con prudencia dado que aún no tenemos un tratamiento efectivo

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Las primeras pruebas de cribado, así se denomina la detección precoz cuando se hace masiva y sistemáticamente, se emplearon para detectar enfermedades mentales en el ejército americano. Pronto apareció el test de Waserman de la sífilis y la glucosa en sangre y orina para la diabetes. En cáncer, donde el cribado tiene más presencia, la primera prueba fue el Papanicolau. Ya en 1951, la Comisión de Enfermedades Crónicas de los Estados Unidos definió el cribado como ''la identificación presuntiva de una enfermedad o defecto. Las pruebas de detección separan a las personas aparentemente sanas que probablemente tienen una enfermedad de las que probablemente no la tengan. Una prueba de detección no pretende ser diagnóstica. Las personas con hallazgos positivos o sospechosos deben ser derivadas a sus médicos para el diagnóstico y el tratamiento necesario".

Es la primera piedra para definir un asunto complicado. El segundo hito ocurre casi veinte años más tarde, cuando la OMS encarga a un médico de salud pública inglés, Wilson, y a un bioquímico noruego, Jungner, el establecimiento de unos criterios para el cribado. Lograron concretarlo en diez mandamientos que vale la pena repasar.

El primero, que sea un problema importante de salud pública. Quizá sea discutible hoy, porque estamos dispuestos a buscar alteraciones cuando se cumplen otras. Ejemplo notable es el cribado de enfermedades congénitas al nacimiento. El segundo mandamiento, de los más importantes, es que haya un tratamiento aceptable para la alteración en esa fase de desarrollo. Esto conecta con el tercero: que el sistema sanitario lo pueda afrontar. Y claro, el cuarto, que haya un periodo latente reconocible, es evidente. El quinto es también central: que haya un método adecuado de detección. Significa que sea aceptable por la población, que clasifique bien y que tenga un coste soportable. Eso es la sexta condición. La octava nos pide que haya un acuerdo para decidir a quién tratar y no tratar. No es fácil. Veamos el caso de la detección precoz de cáncer de próstata. Además de ser un caso polémico de cribado, aún no se ha llegado a ese acuerdo. Los últimos tienen que ver con el coste/beneficio y la continuidad del programa. En resumen, así como los diez mandamientos se resumen en dos: amar a Dios y al prójimo; estos diez se resumen en que haya un buen test que no tenga ni muchos falsos positivos o negativos. Los primeros son personas sin la enfermedad que son clasificados como enfermos; los segundos, personas con ella que son clasificados como sanos. Y que tratar antes sea más beneficioso que tratar más tarde.

Se han desarrollado dos métodos precisamente en las dos disciplinas más involucradas en el tema: la imagen y la química. El primero es una combinación de ambas: PET-TAC. Consiste en provocar una imagen cerebral mediante la infusión de una sustancia fluorescente que se fija en la proteína que se acumula en el cerebro cuando hay alzhéimer. Es eficaz. La otra busca esa proteína, el amiloide, en el líquido cefalorraquídeo. Este es el fluido en el que flota el cerebro, y también la médula espinal, de manera que amortigua los golpes y movimientos de esos órganos preciosos. Además, sirve de cloaca. Allí cae el amiloide.

Si tenemos dos buenos test y la enfermedad es un problema social grande, por qué no detectarla en sus estadios más precoces. Por dos obstáculos. El primero, que no siempre el amiloide es signo de enfermedad ni de que se vaya a padecer. Eso no es raro: no todos los que tienen imagen de hernia de disco la padecen, por ejemplo. La segunda, y más importante: que no tenemos un tratamiento que evite su progresión, ni siquiera que mejore la situación en esos casos.

Realmente no se ha avanzado mucho en los últimos quince años en el tratamiento de esta enfermedad. Contamos con cuatro medicamentos, ninguno de gran utilidad; es cierto que logran ajustar algo el comportamiento y enlentecen la progresión en casos clínicos. Pero en los subclínicos no tienen ningún beneficio reconocible. Es un ejemplo más de la prudencia necesaria en la prevención precoz.

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