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Oblicuidad

El precio de la felicidad, según Guillem Frontera

El precio de la felicidad, según Guillem Frontera

Las excelentes críticas han estado a punto de disuadirme de la última novela de Guillem Frontera. Hubiera sido un error, y no solo por fragmentos del estilo de "Vaig haver de saber com és un infern creat pels homes, que sens dubte superen Déu en els enginys del dolor". El novelista de Ariany se despoja de su inteligencia absorbente para alumbrar una teoría narrativa sobre la entropía de las relaciones, que en La vida dels cossos se concentra en el precio de la felicidad.

Frontera encierra tres décadas de economía de los sentimientos, desde "un temps en què les cançons d'amor et giraven l'ànima damunt davall". El título ya receta un antídoto corporal contra la espiritualidad sobrevalorada, aquí los versos se sirven con carne. La protagonista Paula Moncada, donde sexagenaria viene de sexo, enseña que "els amants t'ajuden a descobrir el propi cos tant com els seus". La mujer desposeída y "libre te quiero/pero no mía" de Agustín García Calvo demuestra que, para fabricar una persona feliz, otras a su alrededor han de sentirse desgraciadas. O peor, relegadas. El amor es un desequilibrio porque su beneficiarios obtienen menos placer del que roban. El resto se pierde en calor, como en el Universo mismo.

Picasso le soltó a una de sus innumerables amantes que "la mujer es una máquina de sufrir", pero la mallorquina Paula Moncada se despoja de victimismos, aunque solo sea en la semificción de Frontera. El #metoo puede ser abrazado por los reaccionarios si contribuye a aislar a la mujer, a segregarla islámicamente. Las excepciones de independencia medular que retrata el mallorquín pasean en minoría, frente al renacer de las Madame Bovary. El autor se decanta por un estoicismo pragmático, "si no podem dictar normes al vent, afanyem-nos a captar-ne l'energia".

La opción por el rebaño no distingue de sexos, por lo que Paula Moncada encarna a la mujer que todos los hombres querrían ser, arrastrada en serie por "un enamorament de baixa intensitat, que se sent al cor però no acaba de arrelar a tot el cos". Ante la imposibilidad de igualarla, los hombres aspiran a poseerla, emocional o económicamente. Mallorca no monopoliza el relato, solo ofrece el cañamazo para un triángulo preadolescente que se prolonga hasta el fin de los tiempos. La vida dels cossos contiene incluso una relación sexual bien descrita, que no podría optar al premio a la peor escena erótica convocado por el incorregible lascivo Auberon Waugh. Cualquiera puede ser irónico con palabras, pero Frontera domina la ironía escénica, la derrota existencial de aquellos niños que "aixequen tanta alegria que la vida no dona l'abast per engolir-la sencera".

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