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Oblicuidad

Gracias por todo, fiscal Eduardo Fungairiño

Gracias por todo, fiscal Eduardo Fungairiño

Ahora que fiscales mallorquines trabajan cumpliendo los designios de acreditados mafiosos, es obligado rescatar la figura del fallecido Eduardo Fungairiño. El fiscal de la Audiencia Nacional no solo estaba convencido de que el ministerio público obliga al contacto con la opinión pública, sino que practicaba este sano principio. Le dejabas un mensaje en la seguridad de que lo devolvería con la fórmula habitual:

—Diga, Vallés, aquí Eduardo Fungairiño.

En los tiempos en que cada cortador de jamón tiene un jefe de prensa, suena extraño que pudieras solicitar información directamente sobre la gestión del caso Brokerval/Túnel de Sóller en la Audiencia Nacional. O sobre la extradición en el mismo órgano de Christopher Skase, el magnate australiano refugiado en el Port d'Andratx y que acusaba de sus tribulaciones a Rupert Murdoch. Cuando el tribunal madrileño se desplazó a Palma para juzgar el caso, asistí al duelo en que Toni Coll goleó al fiscal. Siempre he sospechado que la inteligencia preclara del defensor contó con el dopaje monárquico. Que Skase era amigo del pseudopríncipe Zourab Tchokotoua, vaya.

Hay un Fungairiño que adopta posiciones incomprensibles ante Pinochet o los atentados del 11M pero, entre las mil personas que habitan un cuerpo, tengo derecho a quedarme con el fiscal que se quejaba amargamente de "la indefensión de los ciudadanos ante la Administración, todavía hoy se encuentran muy desamparados". Y nunca olvidaré la anécdota que resume su carácter.

Aquella mañana llamé al despacho de Fungairiño en la Audiencia Nacional, los móviles no existían en la primera mitad de los noventa. Su secretaria parecía preocupada:

—Don Eduardo está reunido con el fiscal jefe.

El tono de la funcionaria delataba que no se trataba de una cita habitual. Fungairiño era teniente fiscal y su jefe era José Aranda. Dejé recado a la secretaria. Mientras esperaba, el titular de la fiscalía de la Audiencia Nacional comunicó encolerizado que estaba harto de las filtraciones surgidas de su departamento, y que estaba dispuesto a atajarlas. Pensé que estaba asistiendo en directo a la pérdida de un valioso contacto en Madrid. Sin embargo, poco después de que se difundiera el ultimátum, sonaba el teléfono con una voz familiar del otro lado:

—Hola, soy Eduardo Fungairiño. Perdone que no le haya llamado antes, pero todos los fiscales estábamos reunidos con el fiscal jefe. Nos ha dicho que está harto de que hablemos con la prensa. ¿Qué desea, Vallés?

Por algo les llamaban los Indomables.

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