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Malllorquines por el mundo

Desde París: Martes de ceniza

Comparativa del aspecto de Notre Dame antes y después del incendio del pasado lunes. reuters

Domingo de Pascua, 21 de abril, un mes ya de primavera. Había preparado para hoy una crónica festiva, ligera, propia de la estación. Les contaba de mis paseos por París. Unos paseos que ya he sacado a colación en otras ocasiones, y que frecuentemente suelen llevarme río arriba, contra corriente, en dirección de Notre Dame, hacia los "bouquinistes", los libreros de viejo que animan y embellecen las aceras, los muelles, que bordean el Sena.

El lunes pasado sin ir más lejos, aprovechando el buen tiempo, una tarde ventosa pero soleada, bajé desde Montparnasse, por Saint Germain des Prés, hasta el Pont des Arts, que une la orilla izquierda con el Louvre. Un puente -también se puede utilizar el término "pasarela"- que aunque data de principios del XIX, fue reinaugurado, en su actual configuración por Chirac en 1984. Es únicamente peatonal y sufrió hasta hace poco la "fiebre de los candados". La estupidez de inmortalizar, esclavos de Instagram & Facebook, amores efímeros o eternos, encadenando candados en las barandillas. Ahora felizmente, supongo que iniciativa del ayuntamiento, los paneles laterales son de cristal, o de metacrilato y los candados han emigrado a otros puentes / lugares.

Libros aparte, suelo acercarme hasta aquí por las vistas, las mejores sobre el conjunto de L'Île de la Cité y Notre Dame, un skyline único enmarcado por los dos brazos del río. Tras regalarme con el panorama, miré el reloj y di media vuelta, quería volver pronto a casa para no perderme el discurso de Macron, su alocución televisada para anunciar a los franceses las medidas que iba a tomar, impulsar, tras el "gran debate" de los últimos meses, para tratar de poner fin a las demandas / violencias de los "chalecos amarillos". En esas estaba cuando una hora antes del esperado telediario, todas las cadenas interrumpieron sus emisiones para narrar/mostrar en directo el incendio, las dramáticas imágenes de Notre Dame en llamas. Quedé paralizado, aún tenía en la retina el perfil de la catedral, con su inconfundible aguja sobresaliendo tras la vecina de la Saint Chapelle. Hipnotizado frente al televisor me vi incapaz de volver a la calle, de acercarme de nuevo al río, como si quisiera guardar en la memoria el paisaje urbano, tan querido y familiar, que había contemplado apenas media hora antes. También desconecté el teléfono y abandoné Internet. En mi cabeza desfilaban en bucle caras, recuerdos, instantes de mis numerosas visitas, solo o acompañado, a este majestuoso lugar.

Y es que Notre Dame es mucho más que una catedral, que un símbolo religioso. Es también, gracias a Víctor Hugo -y a Disney- el amor imposible de Esmeralda y Quasimodo. Las fantasmagóricas gárgolas. La coronación de Napoleón. El funeral de Mitterrand. La campana mayor "Emmanuelle" refundida por Luis XIV, el Rey Sol. El Tesoro, con la corona de espinas, la reliquia de la Santa Cruz y la túnica de San Luis. También la desafiante, 93 metros, aguja de Viollet le Duc, que se derrumbó envuelta en llamas el lunes pasado. Es el monumento, dicen, más visitado del mundo, catorce millones de turistas solo el año pasado. Ni la Revolución, ni la Comuna habían podido con ella.

Todo apunta a un accidente fortuito. El techo y la aguja, envueltos en andamios, estaban desde hace meses en fase de restauración. El "bosque de roble" -conocido así porque se utilizaron más de 1.500 árboles para su construcción en el siglo XIV- toda la estructura de madera que protegía la bóveda y soportaba las tejas de plomo, ardió como una tea. Aún es pronto para evaluar la extensión de los daños, pero todo parece indicar que la reconstrucción será posible. Un renacer acorde con el mensaje de resurrección que transmite la Pascua. Un milagro bajo las cenizas.

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