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Oblicuidad

Por una emoción sin necesidad de lágrimas

Por una emoción sin necesidad de lágrimas

Hasta los esforzados futbolistas se despiden sollozando de sus clubes, por lo que ha llegado el momento de plantearse si es necesario llorar para expresar las emociones. La tradicional sensibilidad de secano ha desbordado los diques, hasta el punto de que cualquier manifestación parece insuficiente si no está rubricada por la vía líquida. Se trata de lágrimas autocomplacientes, de un alarde de victimismo con pretensiones de superioridad moral. La persona que se resiste a aflojar el lagrimal accede al dudoso rango de sospechosa.

El cine de UCI, impuesto por Almodóvar desde Hable con ella, eleva la congoja a estado natural del ser humano. Se esfuma la anterior dictadura de la felicidad, la tristeza acosa y derriba a la preocupación racional. La visión de lágrimas en la pantalla resulta más embarazosa que el sexo, aparte de erigirse en recurso de mal guionista. La cantante de la memorable El Cairo Confidencial interpreta "Tus ojos me hablan con sus lágrimas". En efecto, el intercambio acuoso simplifica los diálogos. Llorar a moco tendido es la última palabra.

Siempre se llora para los demás, aunque no estén presentes. La liberación torrencial equivale a una danza, la evacuación de una tensión interior. Que debe adecuarse, incluso en la intimidad, a las reglas de la interpretación. Lo primero que se le pregunta a un actor es si sabe fingir el llanto, la risa se le presupone. La democratización del llanto también devalúa esta habilidad.

La gente se enamora porque lo ha visto en las películas, y llora porque lo ha contemplado en la televisión. La acreditación periodística a través del exhibicionismo emocional es otra innovación con el sello del 11S. Los locutores emplazados junto al cráter de las Torres Gemelas estaban obligados a derramar una lagrimita. La exención denotaría un compromiso de baja gradación con el desempeño profesional.

Hemos bajado la guardia ante las lágrimas, más nos valdría atender a los bostezos. La imagen de un cirujano o un bombero deshechos en sollozos, cuando están a punto de operar, no contribuiría a tranquilizarnos. Aunque tal vez se impone precisar que hablamos en pasado, y que el éxito de la intervención quirúrgica debe relegarse a un lugar subordinado, frente al imperativo de un equipo comprometido a expresarse a través de sus ojos húmedos. Urge un manifiesto a favor de la emoción austera, nada espasmódica, recogida sobre sí misma. Sin lágrimas, con perdón.

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