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Oblicuidad

Robert Redford resucita al Sundance Kid

Robert Redford resucita al Sundance Kid

Ningún hombre en su sano juicio aspiraría a competir en atractivo con Robert Redford. De ahí que se le deba disculpar el autohomenaje al estilo Godard que se brinda en su adiós a las pantallas, The old man & the gun. Dado que solo los pervertidos continúan acudiendo a las salas, cabe recordar que la película se centra en la biografía de Forrest Tucker, un atracador de bancos en serie de la tercera edad.

El viejo y la pistola no pasará a la historia, porque es un mero recurso de Redford para invocar su película definitiva resucitando a su protagonista. El director y actor se remite a la inalcanzable Dos hombres y un destino para devolver a la vida al atracador The Sundance Kid, cincuenta años después de que fuera tiroteado para el celuloide en Bolivia. El salvaje oeste ha sido domado, también el criminal ha suavizado sus modales. Sigue visitando bancos a pistola, porque son los sitios donde está el dinero. Se queda a un paso de Brecht decretando que "robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo".

Redford cuenta la historia de Tucker con la mirada puesta en el Sundance Kid. Ha postergado al Bob Woodward que interpretó en Todos los hombres del presidente, una película en la que se involucró a fondo. El anarquismo descarado de Dos hombres y un destino le parece más importante que reivindicar la lucha contra el Watergate. Se declara así heredero de Paul Newman, como si no nos hubiéramos enterado, pero también recuerda que la obra maestra escrita por William Goldman y dirigida por George Roy Hill no es una película. Es una forma de vivir.

La recreación del Sundance Kid desciende al mínimo detalle. Redford vuelve a vestir el bigote que sonaba incoherente en su rostro perfecto de treintañero. El baile constante de aditivos capilares en The old man & the gun remite a la movilidad del mostacho protagonista entre Dos hombres y un destino y su prolongación en El golpe, donde era Newman quien lucía el vello facial del perfecto truhán.

La insistencia casi enfermiza en las continuas fugas de Tucker conduce a otra película que Redford aspira a desenterrar. Se trata de Brubaker, donde interpretaba al alcaide que se confundía entre los presos para compartir sus frustraciones y aspiraciones. El mito se concentra en reflejar su belleza en un ejercicio de narcisismo retrospectivo, con la salvedad de que es una autocontemplación triunfal, porque la imagen reflejada justifica la mirada obsesiva. Y Redford tiene voz de Obama.

Al igual que en la mayoría de películas actuales, Redford aprovecha la libertad de expresión que Sorrentino ha concedido a los cineastas. Y quienes odiamos a Sissy Spacek, nos rendimos aquí ante su rescate de Katharine Ross, la mujer obligada a convivir sonriente con las idas y venidas de su amado atracador.

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