Ahora que a Podemos le ha salido la vena estalinista, lamentando asimismo no poder enviar a Errejón a una checa porque quedaría feo, asistimos a la demolición de la izquierda, si es que eso hiciera alguna falta. Hace tiempo que un izquierdista radical es aquel que se opone a que desahucien a un pobre, pretende subir el salario mínimo o cree que la sanidad pública debe sostenerse. Lo grande es que la derecha de siempre, sin moverse prácticamente ni un milímetro, ha conseguido que pensemos que, efectivamente, esos almas cándidas son unos radicales peligrosos. Supongo que alguien que propugne la abolición de la propiedad, la estatalización de los medios de producción y la banca o la dictadura del proletariado debe parecer un extraterrestre de Vulcano. Lo es.
