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Desde Bali

Huir del frío desde Bali

Huir del frío desde Bali

Saludos de una mallorquina desde 12,500 kilómetros de distancia que acaba de cambiar el Mediterráneo por el Océano Índico. Hace poco menos de un mes que emprendí camino a la isla de Bali huyendo del frío. Como buena mallorquina, soy amante de las chanclas y el bañador, y después de pasar cuatro años trabajando en Londres, decidí que no pasaba otro invierno más a menos cero grados.

En 2017 vine de vacaciones a Bali con amigas y fue el último día antes de volver, cuando tuve la iluminación de que yo quería vivir esto cada día de mi vida. ¡O al menos una temporada! Y gracias a que trabajo en la industria del marketing digital y eso me permite trabajar en cualquier parte del mundo con conexión a internet, no había excusa de por qué no hacerlo.

Estoy instalada en la zona sudoeste de la isla, donde está la concentración más grande de expatriados de la isla, con lo cual el desarrollo del área es más elevado y la velocidad del wifi más rápida, que es esencial para mi trabajo. Muchas de las casas típicas balinesas han sido reformadas y se utilizan como casa compartida entre los extranjeros, y si tiene piscina es un súper plus, ¡claro! Vivo a diez minutos de la playa en moto, tengo que cruzar un par de calles rodeadas de campos de arroz y dos templos para llegar a la zona surfera de Canggu. El mar aquí dista bastante de es Trenc. Olvídate de un plácido baño en aguas cristalinas. Aquí el océano no para de traer olas, y con ellas, cientos de surferos en el agua esperándolas a todas horas. Un espectáculo cual cine a la fresca.

El tráfico aquí impacta de primeras, miles de motos entrelazándose en los cruces, todas pitando, gente trajinando gallinas, colchones, cañas de bambú, todo lo que te puedas imaginar tiene cabida. Aunque una vez entras en el juego, te das cuenta que hay una armonía dentro de ese caos y no es nada difícil moverse por aquí. Algo curioso es que para repostar, hay puestos callejeros cada pocos metros donde venden gasolina en botellas de vodka y utilizan un embudo como surtidor.

Adaptarse a la comida ha sido un poco más complicado, me he despedido del pan moreno de Ca na Juanita d'Alaró, del buen queso y del buen vino. Mi pan ahora es arroz blanco. Voy al mercado local una vez a la semana a comprar fruta y verdura, las cuales he tenido que sustituir por la versión tropical: manzanas por papayas y brócoli por kankun. También recurro mucho a los warungs, mini restaurantes locales con "tapas" indonesias que añades a una base de arroz o noddles y el plato sale por un euro.

La renuncia a la dieta mediterránea de momento está valiendo la pena.

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